Buenos Aires, 11 de julio (PR/23) .- Cada 11 de julio la Iglesia Católica celebra a San Benito de Nursia, fundador del monacato occidental, patriarca de los monjes de Occidente y patrono de Europa. También se le conoce como San Benito, Abad.
Dios a tiempo completo
La máxima de vida de San Benito -con la que ha inspirado a la cristiandad a lo largo de los siglos- fue “ora et labora” (ora y trabaja), síntesis perfecta de su propuesta de vida y un llamado a la unidad entre contemplación y acción.
Hoy celebramos a San Benito Abad, quien contribuyó decisivamente a la formación de Europa
El legado de este gran santo ha influido de manera definitiva en la formación y desarrollo del monacato -para aquellos hombres y mujeres llamados a buscar a Dios en la soledad y el silencio-, y hoy, tras muchos siglos, sigue inspirando a quienes asumen la tarea de hacer de la oración acción, y de la acción oración. El ideal de San Benito siempre fue la entrega completa del monje a Dios: una entrega a tiempo completo.
Dios en el silencio
San Benito nació en Nursia (Italia), en el año 480. Tuvo una hermana melliza, Escolástica, quien también alcanzaría la santidad. Después de haber estudiado retórica y filosofía en Roma, Benito se retiró a la ciudad de Enfide (actual Affile) para dedicarse con mayor profundidad al estudio y la disciplina ascética.
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No conforme con lo logrado hasta entonces, con 20 años el santo marchó hacia el monte Subiaco para vivir en absoluta soledad. Allí se instaló en una cueva. Más tarde se haría de la guía espiritual de un ermitaño. Años después, como parte de su búsqueda, se unió a los monjes de Vicovaro, quienes lo eligieron prior en virtud de su espíritu disciplinado.
En Vicovaro brotaron las primeras animadversiones contra Benito, aparecidas en los corazones de los monjes que no estaban de acuerdo con la disciplina impuesta por el santo. Algunos de sus hermanos en el monasterio llegaron incluso a conspirar para asesinarlo.
Cuenta la tradición que un día, a la hora de los alimentos, uno de los monjes le sirvió a Benito un vaso con agua envenenada. El abad lo recibió y lo puso sobre la mesa frente a sí. Antes de beber, como de costumbre, hizo la señal de la cruz y sin querer golpeó la copa, que cayó al suelo, haciéndose pedazos. Un sospechoso alboroto se produjo tras el hecho que acabó con los conspiradores, quienes quedaron en evidencia. Esto precipitó que San Benito se aleje de aquel monasterio definitivamente, no sin antes reprochar a aquellos “hombres de Dios” la gravedad de sus actos.
Edificador de Europa
Pasado aquel triste episodio, acompañado de un grupo de jóvenes animados por su enseñanza, Benito se dedicó a la fundación y organización de otros monasterios por diversos lugares de la Europa central, entre los que destacó el construido en Monte Cassino (Italia).
Convencido de que la vida monástica requiere orden y armonía, se animó a escribir su famosa Regla, que ha servido de apoyo para un sin fin de otros reglamentos de comunidades religiosas a lo largo del tiempo. Paralelamente, el abad trabajó en hacer de sus monasterios auténticos centros de formación humana y espiritual, en los que se preservaba la cultura y la tradición.
Fuente: Aciprensa
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