Por Susana Merlo*.
Buenos Aires, 8 marzo (Especial para NA) — Si el análisis se hace desde el punto de vista estricto de lo que se exporta, sin duda el campo es el principal (y en varios momentos el único) sector transable genuino que tiene la Argentina.
De hecho, según los últimos datos del INDEC, las ventas totales del campo del año pasado siguen superando el 60% del global exportado, aun sin considerar producciones derivadas como las semillas, maquinarias, etcétera.
Esto quiere decir que de los algo más de U$S 61 mil millones que Argentina logró colocar en el exterior en 2018, más de U$S 40 mil millones correspondieron al campo en porcentajes que el Instituto oficial de mediciones ubicó en 28% para las oleaginosas (especialmente el complejo sojero); 15% de cereales; 6% bovinos (carne y leche); 3,6% de frutas; 3,3% pesca y 1,8% hortícolas, entre otros.
Y esto sin considerar la aguda sequía que en la campaña 2018- 2019 hizo perder aproximadamente el 32%-35% de la producción total de granos, que se exporta en gran medida, y que sin duda, recortó la participación sectorial.
También se podría recordar que “el campo” históricamente exporta sin ayuda, es decir, sin mejoras en el tipo de cambio vía reintegros u otra herramientas, como sí le ocurre a la mayoría de otros rubros transables (el automotriz, entre los más emblemáticos).
Por el contrario, excepto en la década del ´90, debió soportar en general Impuestos a la Exportación (retenciones) por largos períodos que, incluso hoy, se vuelven a ubicar, promedio, entre 15% y 30% según productos, lo que le recorta fuertemente los ingresos.
Sin duda, entonces, se trata de un sector muy competitivo capaz de traccionar aún en las condiciones más desfavorables.
No obstante, se podrían hacer otras lecturas, como la competitividad “tranqueras adentro”, es decir, que tan bien se produce, o “tranqueras afuera”, o sea, lo que sucede una vez que el producto sale del campo hasta que llega a destino, o al consumidor en el exterior.
Ahí el análisis es mucho más complejo y diferencial por items.
Es que en general se puede decir que no existe un rubro productivo del agro en el que se esté expresando el total de la potencialidad que existe, tanto en rindes unitarios, como en extensiones.
Esto es así porque, aunque los productores sepan en la mayoría de los casos qué es lo que hay que hacer para lograr producciones récord estructurales, las condiciones económicas globales no le permiten hacerlo.
Dicho de otra forma, producir muy bien termina siendo antieconómico, aunque en lo técnico y agronómico sería perfectamente factible.
Ocurre con los granos, con la leche, con los niveles de extracción de los rodeos, con la cantidad de carne que se produce, etcétera.
El otro enfoque es la competitividad tranqueras afuera, que determina “cómo” llega el producto hasta el embarque e, incluso, hasta el destino final en el exterior, y que se conoce comúnmente como “costo argentino”.
Aquí las variables son mucho más complejas, variadas y, casi, a las que se les presta menos atención desde el punto de vista de las políticas públicas, tal vez, por las características de las inversiones y el tiempo que demanda su puesta en marcha, que excede los períodos de un Gobierno.
Es que ese costo, además de incluir también trascendentes aspectos de costos financieros y laborales (para nada menores en la Argentina de hoy), se sustenta especialmente en asuntos tan básicos como las comunicaciones, caminos, energía, infraestructura, educación, planeamiento estratégico, y otras cuestiones igual de complejas que apuntan a abaratar la producción, transporte y comercio de productos, haciéndolos más competitivos.
No es el mismo costo transportar por una ruta de tierra que por una autopista. No se puede comerciar sin comunicaciones. Si no se cuenta con energía suficiente es casi imposible lograr producciones estables o hacer alimentos perecederos sin cadena de frío, y así sucesivamente.
Al hacer este análisis surge, claramente que, salvo honrosas excepciones, Argentina nunca planteó una discusión de fondo, ni un esquema de estrategia país en el que la prioridad haya sido “abaratar el costo argentino”.
¿Cuál sería hoy la producción total y el desarrollo territorial, si se hubiera planteado como a fines del siglo XIX, cuando se incluyó hasta la inmigración?.
Muy difícil de calcular pero, sin duda, la producción sería muchísimo mayor, de mejor calidad y mucho más competitiva que la actual, con el adicional de que se habría logrado un país mucho mejor distribuido, desarrollado y más justo que el que hay.
(*) – Ingeniera agrónoma. Periodista especializada.

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