Respirar con normalidad en períodos de alta contaminación en ciudades como Madrid es cada vez más difícil. Picor de ojos, nariz congestionada o alergias son algunos de los síntomas de que algo no va bien en la atmósfera. Los problemas de salud relacionados con el clima van mucho más allá y sus consecuencias a largo plazo pueden llegar a ser mortales.

Una de las fuentes de contaminación del aire más importantes son las centrales eléctricas de combustibles fósiles, especialmente el carbón, emisoras de partículas finas (PM2.5), óxidos de nitrógeno (NOx) y dióxido de azufre (SO2), que reaccionan en la atmósfera para formar ozono (O3). Todos estos contaminantes son perjudiciales para la salud. “Entre los colectivos más vulnerables están los niños”, declara a Sinc Ana Barreira, directora del del Intituto Internacional de Derecho y Medioambiente (IIDMA), que presentaba esta semana en la capital el informe Oscuro panorama: Las secuelas del carbón.

Las mil enfermedades del cambio climático

El estudio vincula las emisiones en España de estas centrales con 1.529 muertes prematuras en 2015 y 2016, y 914 hospitalizaciones por enfermedades cardiovasculares y respiratorias. A esto hay que sumarle las pérdidas económicas, que entre 2015 y 2016 se calculan entre los 1.871 y 3.568 millones de euros. “Es fundamental intensificar la lucha contra el cambio climático ya que España es especialmente vulnerable”, añade la experta.

Según los últimos datos recogidos en el Registro Estatal de Emisiones y Fuentes Contaminantes, en 2017 las centrales que más óxidos de nitrógeno emitieron fueron As Pontes, seguida de Andorra, Compostilla y Litoral de Almería. “Los impactos en la salud no se producen solo en las zonas donde hay centrales. No obstante, los efectos más graves se aprecian en las comunidades autónomas donde se sitúan o regiones limítrofes”, señala el ingeniero ambiental Massimiliano Patierno, coautor del informe.

No solo alergias y asma

El cambio climático provoca que determinados contaminantes ya presentes en nuestras ciudades, como las partículas, el dióxido de nitrógeno y el ozono, permanezcan más tiempo en la atmósfera. Si a esto le añadimos el efecto de isla de calor estival en las grandes urbes, se forma una combinación fatal que aumenta los ingresos hospitalarios por causas circulatorias y respiratorias. Además, los periodos de polinización están cambiando, lo que modifica la distribución de los alérgenos. Gente que no era alérgica comienza a serlo y los brotes se intensifican.

El estudio vincula las emisiones en España de estas centrales con 1.529 muertes prematuras en 2015 y 2016, y 914 hospitalizaciones por enfermedades cardiovasculares y respiratorias.

“Las partículas contaminantes se ‘montan’ en los granos de polen. Cuando estos entran en el organismo, ya no solo llevan polen, sino que están cargados de metales pesados como zinc, arsénico o cobre”, dice a Sinc Cristina Linares Gil, científica titular del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) e integrante del grupo de expertos para el Sexto Informe de Evaluación del IPCC sobre cambio climático, además de coautora del libro Temperaturas extremas y salud.

 

Las alergias no son las únicas dolencias asociadas con el cambio climático. Tampoco lo son otras como el asma, la EPOC, la bronquitis o la neumonía, que siempre han estado ligadas a la contaminación. “Ahora sabemos que también es responsable del empeoramiento de muchas dolencias circulatorias y de algunos cánceres”, apunta Linares Gil. Las enfermedades que se registran como consecuencia del cambio climático en España son, sobre todo, circulatorias y respiratorias, pero a largo plazo la contaminación se ha relacionado con el cáncer de pulmón, el de mama, riñón y vejiga.

Además, hay una alta carga de morbilidad asociada a partos prematuros y exacerbación de enfermedades neurodegenerativas. En niños se ha demostrado que influye en el desarrollo cognitivo. “Es decir, nos afecta en más enfermedades de las que a priori pueda parecer. Esto tiene además incidencia en la economía, en productividad y en la capacidad laboral”, continúa la científica del ISCIII. Los datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente son claros: respirar aire contaminado provoca cada año más de 30.000 muertes prematuras en España.

El anteproyecto de Ley, sin capítulo para la salud

Naciones Unidas publicaba en diciembre de 2018 un nuevo informe sobre la Brecha de Adaptación con una parte dedicada en exclusiva a la salud: calor y fenómenos meteorológicos extremos, enfermedades infecciosas de tipo tropical, alimentación y malnutrición.

En España, las políticas para frenar el cambio climático han tenido un nuevo empuje con la aprobación reciente del anteproyecto de Ley de Cambio Climático y de Transición Ecológica. Sin embargo, “no hay ni una sola palabra que aluda a los efectos para la salud del cambio climático para afrontar la adaptación y vulnerabilidad de nuestro país –lamenta Linares Gil–. Creo que debería tratarse como un tema transversal o bien hacer un capítulo entero sobre efectos en salud”.

Según la científica, si bien es verdad que la Oficina Española de Cambio Climático trabaja en este tema, “tiene más desarrollada la parte de biodiversidad y medio natural que la parte de salud en sí”. Los autores del informe Oscuro panorama también exigen en su trabajo a los responsables políticos que adopten medidas que fijen, a más tardar, 2025 como fecha para el fin del carbón en España y que un instrumento jurídicamente vinculante, como es la Ley de Cambio Climático, recoja esta demanda.

Olas de frío y calor que resultan mortales

Evidencias obtenidas en diferentes estudios epidemiológicos a escala mundial indican que los países situados en zonas tropicales o subtropicales son los más afectados por el calentamiento global. En áreas templadas, como la mayor parte de Europa, los impactos de mortalidad atribuibles a las altas temperaturas son menores.

“Sin embargo, dentro de Europa existen grandes diferencias entre países, con un marcado gradiente sur a norte. Los países situados en la zona mediterránea, principalmente España e Italia, son los más afectados, con niveles de impacto comparables a zonas tropicales. Este patrón se va a mantener, incluso las diferencias entre países cálidos, templados y fríos se van a acrecentar”, declara Ana Vicedo-Cabrera, investigadora de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, autora de varios estudios sobre mortalidad ligada al cambio climático.

En España existe desde 2004 un plan sobre olas de calor que puso en marcha el Ministerio de Sanidad en diferentes comunidades autónomas, pero no hay ningún otro a escala nacional. “Haría falta un plan de contaminación integral, así como una acción conjunta frente al incremento de enfermedades de tipo tropical del que actualmente se están encargando los ayuntamientos. También se necesitaría un plan de prevención en olas de frío”, indica Linares Gil.

Es común relacionar las olas de calor con la salud y no las de frío, sin embargo, estas últimas ocasionan más morbilidad y mortalidad. “Esto se debe a que con las olas de calor, los efectos en salud suelen ser a corto plazo y en las de frío pasan entre siete y nueve días hasta que se ven sus resultados, porque suele coincidir con otras enfermedades víricas, por eso están infraestimadas. En España, muere más gente por olas de frío”, concluye la científica del ISCIII.

Peores cultivos, más enfermedades

Otro de los efectos más preocupantes del cambio climático para la salud en todo el planeta está relacionado con la seguridad alimentaria. La calidad nutricional del trigo y el arroz disminuirá debido al aumento de las concentraciones de dióxido de carbono. El CO2 afecta la fisiología de las plantas, de modo que hace que el trigo y el arroz tengan concentraciones más bajas de proteínas y micronutrientes como hierro y zinc. En el caso del arroz también hace que tenga concentraciones más bajas de vitamina B.

“Se sabe que las deficiencias de cada uno de estos factores afectan la salud humana”,afirma Kristie L. Ebi, investigadora de la Universidad de Washington (EE UU) y autora de un estudio publicado en Plos Medicinesobre los efectos negativos del aumento del CO2 atmosférico en la calidad de los alimentos.

Por ejemplo, una cantidad insuficiente de hierro en la dieta puede provocar anemia que, si se complica, acarrea insuficiencia cardíaca y retrasos en el desarrollo infantil. “Las deficiencias de zinc también se caracterizan por la pérdida de apetito y del sentido del olfato, la cicatrización deficiente de las heridas y una función inmunológica deteriorada. El zinc también impulsa el crecimiento y el desarrollo, por lo que su ingesta es importante para las mujeres embarazadas y los niños”, argumenta L. Ebi.

Los autores de este trabajo instan a los gobiernos a invertir más en tecnologías de la salud para mejorar la nutrición, particularmente entre las personas más vulnerables: “Necesitamos inversiones en agricultura, particularmente en la identificación de cultivos que puedan ser menos susceptibles a los déficits nutricionales en un escenario de calentamiento global”.

Por: ECOticias.com / Red / Agencias

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