Evangelio del día 8 de abril de 2019
Lectura del santo evangelio según san Juan 8,1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?»
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.»
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor.»
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»

Reflexión

El perdón restablece la justicia
También este relato –más propio del estilo de Lucas- parece haber sido añadido al evangelio de Juan. Lo que pretenden los acusadores es tender una trampa a Jesús, tomando como pretexto el supuesto adulterio de una mujer. Él, sin embargo, desbarata sus planes, a la vez que muestra cómo está del lado de la misericordia de Dios, que ellos desconocen.

Aquí las autoridades se muestran de nuevo prepotentes, con un doble propósito: condenar a una mujer indefensa y acusar a Jesús, a quien suponen desobediente a la ley. Jesús, por el contrario, ni se defiende ni se suma a la proclamada condena. Con un sencillo gesto, al parecer suficientemente elocuente para aquellos hombres (tal vez porque expresa matices de la ley que no han tenido en cuenta, o porque los remite a sus propias responsabilidades), les hace abandonar sus propósitos y, a la vez, rehabilita a aquella mujer ante todos.

La enseñanza aquí también es doble. En primer lugar, juzgar y condenar sólo lo puede hacer Dios con total acierto (y, además, el que pretende juzgar debe examinarse primero a sí mismo). En segundo lugar, Dios, porque es misericordioso con todos, es siempre propenso a perdonar, si bien advierte de que el pecador debe corregir su conducta (“Yo tampoco te condeno. Anda, y en adelante no peques más”).

Fray Emilio García Álvarez
Convento de Santo Tomás de Aquino (Sevilla, España)
Dominicos.org

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