Buenos Aires, 10 abril (PR/19) — La Iglesia católica celebra hoy el día de San Ezequiel, profeta del Antiguo Testamento que combatió la idolatría y la corrupción del exilio del pueblo de Israel.
Ezequiel, hijo de Buzí y de linaje sacerdotal, fue llevado cautivo a Babilonia junto con el rey Jeconías de Judá (597 a. C.) e internado en Tel-Abib a orillas del Río Cobar.
Cinco años después, a los treinta años, Dios lo llamó al cargo de profeta, que ejerció entre los desterrados durante 22 años.
A pesar de las calamidades del destierro, los cautivos no dejaban de abrigar falsas esperanzas, creyendo que el cautiverio terminaría pronto y que Dios no permitiría la destrucción de su Templo y de la Ciudad Santa.
La misión del Profeta Ezequiel consistió principalmente en combatir la idolatría, la corrupción por las malas costumbres, y las ideas erróneas acerca del pronto regreso a Jerusalén.
Para consolarlos pinta el Profeta, con los más vivos y bellos colores, las esperanzas de la salud mesiánica: divídese el libro en un Prólogo, que relata el llamamiento del profeta y tres partes principales; la primera comprende las profecías acerca de la ruina de Jerusalén; la segunda, el castigo de los pueblos enemigos de Judá; la tercera, la restauración.
Las profecías de Ezequiel resaltan por la riqueza de alegorías, imágenes y acciones simbólicas de tal manera, que San Jerónimo las llama “mar de la palabra divina” y “laberinto de los secretos de Dios”.
Ezequiel, según la tradición judía, murió mártir.