Por Susana Merlo

Es cierto que la pandemia desacomodó el mapa mundial y pateó el tablero cambiando significativamente muchas cosas, algunas para siempre.
Es verdad también que la Argentina estaba a apenas tres meses de la asunción de un nuevo gobierno y con un grupo de funcionarios que ni siquiera eran un equipo, y que desde marzo hasta ahora apenas atinaron a administrar la crisis sanitaria.
Tampoco es ocultable que en el seno de la nueva administración gubernamental hay diferencias y que el grupo en cuestión mostró, hasta ahora, puntos de vista muy disímiles sobre cuestiones básicas, varias de ellas sustanciales, y que ya se creían superadas.
Pero la clave del desconcierto la dio el propio presidente de la República cuando, recientemente, señaló en relación a la demorada negociación con los acreedores externos, que el tema está “en donde nos pensamos…” dicho, obviamente, en relación a como se afronta el pago de lo que se debe, y que se prioriza.
Pero si esto se agrega a otra declaración anterior, respecto a la “ausencia” de un plan y, más aún, a su supuesta postura de escepticismo respecto a los planes, entonces el panorama se complica bastante más.
Es llamativo que tanto el Gobierno anterior como éste, reconozcan públicamente no tener “un plan”, y que a lo largo del tiempo se trate solo de medidas que se van enganchando con predomino de alguna ideología, o según el poder de determinado subgrupo, con más ascendente en ese momento. No se justifican de otra forma, las idas y vueltas; las marchas atrás; los anuncios que luego no se materializan en nada; o los esfuerzos dispersos por decisiones contradictorias, incluso, entre áreas.
Es probable que también, tanto en el caso anterior, como en el actual, haya alguna forma de proyecto general, pero que por alguna razón, no consideran que sea conveniente que tome estado público, y tampoco la oposición hace demasiado para que se despejen las dudas.
Y todo este análisis viene a cuento de la situación de la producción que, en el caso de la agroindustria, implica decisiones e inversiones, de mediano y largo plazo. Ninguna de ellas termina en un solo período presidencial (4 años).
¿Y como se hace para construir un proyecto si no hay un plan general que, al menos, sirva de marco?
Sería como hacer una casa sin un plano, dejando todo solo en el terreno de las ideas, pero la producción es concreta y en el caso del campo tiene, además, las imposiciones de la naturaleza.
Aunque los funcionarios digan y desdigan; aunque les recorten las retenciones y luego las vuelvan a reimplantar; con más o menos amenazas; o con precios fijados o libertad de mercado, de cualquier forma la producción agropecuaria debe cumplir las fechas estrictas del calendario, aunque no sepa a ciencia cierta que puede esperar para los meses siguientes, ni en materia climática, ni con los mercados internacionales, y bastante menos aún, con las medidas de política económica interna.
Es una especie de ruleta rusa, pero con más de una bala en la recámara…
Es natural entonces que se trate de minimizar al máximo los riesgos; que se invierta lo “justo” y necesario y, por ende, que no se crezca todo lo que se podría.
En los últimos días se conocieron varios proyectos y propuestas, la mayoría del sector privado, y alguna desde el legislativo, que tienen un elemento en común: el planteo de la estabilidad fiscal.
No puede extrañar. Nadie quiere sorpresas que, en general, suelen ser desagradables…
Por supuesto que a diferencia del Poder Ejecutivo, las empresas del campo están obligadas a fijar un objetivo y un rumbo; necesitan un plan por lo menos de mínima. Y los que invierten lo hacen con la mira en el futuro. Saben adonde se quieren pensar a fin de año, o en 2021, o con un campo ganadero que necesita un piso de 4-5 años; o con la forestación que están arrancando y que cortarán en 2035.
¿Que sería de la principal producción del país -la del campo-,si no tuviera plan ni proyecto?. ¿Como creerá el Poder Ejecutivo que se puede salir de la pandemia si no es con un crecimiento vigoroso, y con exportaciones crecientes que, es obvio, requieren que se aumente la producción?.
Y para eso, es imprescindible saber donde “se pisa” y adonde se va. El propio Canciller reconoció recientemente que las exportaciones agroindustriales pueden aumentar más de 25% en 2-3 años, solo con reglas claras y estables. También lo aceptó públicamente la vicepresidente, y algunas veces el titular del Ejecutivo adhirió a la afirmación.
Sin embargo, después, aparecen acciones que contradicen los dichos, y todo vuelve para atrás. Inseguridad jurídica, manipulación cambiaria; amenazas de los tipos más variados; vandalismo en las zonas rurales, etc., todo sin que el poder central (en todos sus niveles) ordene y defina las cuestiones (después de todo, ese es uno de los roles indelegables).
Entonces, como definir ¿dónde nos pensamos?, si ni siquiera podemos decir ¿dónde estamos?…

Primicias Rurales

Fuente: Campo 0.2