Imeria se casó con Eliud de la tribu de Leví. Eran ricos en ganado y bienes y daban la mayor parte a pobres y necesitados de la región.

Durante 18 años no tuvieron hijos hasta que por fin nació Ana. Y el signo que había predicho el anciano vidente Arcos lo vieron los dos en la pared.

Potente, fuerte y luminosa, la letra M brillaba en el muro de terracota.

Pasó el tiempo. Ana volvió a los 17 años desde su extendida educación que había empezado a los 5 años en el templo de Jerusalen.

Su madre Imeria murió pronto, pero antes le dijo a Ana que debía casarse porque según el sabio Arcos ella era un signo de elección y tenía un destino importante en la historia del pueblo hebreo.

El casamiento fue arreglado con Joaquín, un joven piadoso y que con Ana compartían el anhelo de la llegada del Mesías prometido.

Ana y Joaquín trasuntaban una piedad llamativa que los distinguía de sus contemporáneos.

Se dedicaban a lo que hoy llamamos producción agropecuaria y ayudaban a pobres y parientes. Y lo que daban se multiplicaba por tres. Siempre disponían de recursos para ayudar.

Pero una sombra los cubría. No concebían la hija esperada que Arcos les había anunciado y que sería un signo de salvación.

Los dos oraban con unción.

Joaquín un día emprendió un largo viaje de sacrificio para pedir a Dios que sus destinos cambiaran.

Pasaban los días de distanciamiento y Ana luchaba con su tristeza, hasta que se le apareció un ángel luminoso y le dijo que fuera al templo que Joaquín haría lo mismo y ahí se encontrarían.

El encuentro se produjo y fue bajo la puerta dorada del lado del Valle de Josafat.

El ángel también les anunció en sueños que el nombre de la criatura que tendrían lo verían escrito y que la fuente de esa concepción era la bendición que había tenido el patriarca Abraham.

Ana tenía ya 43 años y en su corazón resplandecía esa bendición.

Joaquín llegaba al templo con visiones que lo guiaban. Los sacerdotes lo condujeron hasta la puerta del pasillo subterráneo que corría debajo del templo y del lado derecho.

La atmósfera parecía un sueño con destellos dorados en el aire.

Ana y Joaquín se encontraron y cuando se abrazaron entraron en un profundo éxtasis durante el cual se produjo la concepción.

La criatura que concebían no era como los demás mortales, no tenía pecado original, era inmaculadamente concebida.

La M que habían visto en la pared era la inicial de María. El alma de la Virgen se formó en el seno de Santa Ana por la Santísima Trinidad.

Ana fue un cofre celestial y apenas si pudo pensar que sería la abuela del Mesías hasta que lo comprendió años más tarde y los prodigios que rodearon el nacimiento de María es materia de otra historia milagrosa.

 

Matilde Fierro

Buenos Aires, 29 de mayo 2025

(En base a las revelaciones a la beata Ana Catalina Emmerick)