El resultado fue aún más noticioso que si los cardenales hubieran elegido a un africano o asiático, por emocionante que hubieran sido esos desenlaces. Desde un punto de vista puramente periodístico, la elección de un papa nacido en Estados Unidos —algo que la sabiduría convencional decía que era imposible hasta el momento en que supimos que había sucedido—parecía el descubrimiento de una mina de oro.

Por primera vez, los estadounidenses escucharían al líder de la Iglesia Católica hablar inglés como lengua materna, y cada una de sus declaraciones sería analizada, con razón o sin ella, como un comentario sobre las acciones del presidente Donald Trump, él mismo un generador de trabajo para reporteros. Los dos hombres aparecerían casi constantemente en una pantalla dividida, figurada y a veces literal. Roma se convertiría en una capital mediática a la par de Washington y Nueva York.

O eso pensamos muchos de nosotros.

Hoy, casi tres meses después de la elección del Papa León XIV, la realidad mediática desafía esas expectativas. Aparte de medios católicos como el National Catholic Register, que naturalmente lo han cubierto con la intensidad y entusiasmo que exige su misión y audiencia, León ha aparecido en las noticias tan raramente como puede hacerlo un nuevo Papa.

Cómo ha sucedido esto es más fácil de explicar que por qué, pero se puede especular sobre ambos aspectos.

León, en contraste, ha seguido cuidadosamente la tradición y el protocolo papal. Su lenguaje es reflexivo y mesurado, pero no distintivo en estilo. Su actitud es modesta, incluso autocrítica, quizás un legado de sus orígenes en el Medio Oeste. Su única entrevista con la prensa desde su elección, con la televisión italiana el mes pasado, duró menos de tres minutos y no aportó ninguna noticia. Ejerce el cargo con manifiesta seguridad—“Es como si hubiera sido Papa durante cien años”, me dijo recientemente un funcionario del Vaticano—pero en lugar de dominar el cargo, se ha subsumido en él.

El Papa Benedicto XVI intentó algo similar tras su propio predecesor carismático y extrovertido. Pero el Cardenal Joseph Ratzinger ya había pasado dos décadas como figura internacional polarizadora, tanto dentro como fuera de la Iglesia. El Cardenal Prevost no era ampliamente conocido antes de su elección.

Las respuestas de León a eventos como el bombardeo estadounidense a Irán y el ataque israelí que causó tres muertes en una iglesia católica en Gaza han sido notablemente contenidas en comparación con lo que llegamos a esperar de Francisco, quien provocativamente comparó la campaña de Israel en el enclave palestino con el terrorismo y sugirió que podría calificar como genocidio. El Papa ha honrado a migrantes y refugiados como “mensajeros de esperanza”, pero no ha emitido nada tan contundente o de tan largo alcance como la carta abierta de Francisco a los obispos estadounidenses el pasado febrero, denunciando las políticas de deportación de la administración Trump.

Muchos de los que nos ganamos la vida observando el Vaticano estábamos seguros de que el nuevo Papa, fuera quien fuera, provocaría una feroz controversia si revertía cualquiera de las desviaciones de la tradición que ayudaron a definir el pontificado de Francisco ante la opinión pública. Pero las decisiones de León en ese sentido—desde usar la mozzetta en su primera aparición hasta vacacionar en la villa papal de Castel Gandolfo—no han suscitado críticas significativas, ni advertencias de restauracionismo rampante, por parte de los admiradores progresistas de su predecesor.

Durante el período previo al último cónclave, se habló mucho, entre cardenales y católicos comunes, sobre la polarización en la Iglesia que había crecido bajo Francisco, y los debates sobre a quién culpar por esa polarización sólo aumentaban la discordia. León ha señalado que la unidad de la Iglesia, un valor que mencionó media docena de veces en la homilía de su Misa inaugural, será una prioridad de su pontificado. Por ahora, su perfil notablemente bajo ayuda a mantener la paz.

“Juega sus cartas cerca del pecho”, me dijo un conocido de León poco después de su elección, y otros que han trabajado estrechamente con él coinciden. Pero tarde o temprano, las revelará, ya sea mediante declaraciones claras sobre controversias en la Iglesia o por lo que elija no decir. Entonces el Papa volverá a estar en las noticias, le guste o no.

Fuente: Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en el National Catholic Register.

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