La única iglesia católica en Gaza, la de la Sagrada Familia, se encuentra en pie. Sin embargo, como el Papa Francisco dijo con claridad: “Cuando atacan las iglesias, no atacan piedras: atacan a la comunidad viva que en ellas se reúne”
España, domingo 31 agosto (PR/25) —   “Cristo está crucificado en los cuerpos de los heridos, presente en cada mano tendida para ayudar”, expresó, con profundo pesar el Cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén… “Regresamos de Gaza con el corazón destrozado… Cada hora sin comida, agua, medicina o refugio causa un daño profundo. Es moralmente inaceptable e injustificable”.

La única iglesia católica en Gaza, la de la Sagrada Familia, se encuentra en pie a pesar del injustificable ataque de hace un mes por parte del equipo militar de Israel. El saldo: tres personas muertas y varios heridos, incluyendo al párroco argentino Gabriel Romanelli quien se ha convertido en un signo de fe y resistencia en medio de la adversidad.

La parroquia de la Sagrada Familia en Gaza se había convertido ya no solo en un refugio espiritual para los cristianos de esa parte del país, sino también en un refugio físico, pues acogía a cientos de personas en medio de la ofensiva de Israel en la Franja.

Cuando lo sagrado estorba: los ataques a las iglesias como signo del mundo moderno

Paroisse de la Sainte Famille de Gaza
La cruz de la iglesia de Gaza, justo después del lanzamiento de un misil el 17 de julio de 2025. Omar AL-QATTAA / AFP

 

No sólo en Gaza ocurren agresiones. En el año 2023 ocurrieron varios ataques a iglesias en Europa: incendios en una iglesia histórica iglesia en Alemania, incidentes en París y otras más. Un observatorio europeo por la libertad religiosa expresó su preocupación por los delitos de odio contra las iglesias cristianas en este continente. Además, han ocurrido cerca de 300 ataques a templos católicos en Estados Unidos.

Y qué decir de los ataques en buena parte de África. Sin duda se trata de guerrillas y terrorismo, pero muchos de esta amenazas van dirigidas contra centros de culto cristianos.

El Papa Francisco lo dijo con claridad: “Cuando atacan las iglesias, no atacan piedras: atacan a la comunidad viva que en ellas se reúne”.

Pero la paradoja es luminosa: mientras más atacan los templos, más crece la fe de los que rezan en ellos. En Siria, fieles celebran la Misa entre ruinas. En México, comunidades reconstruyen sus templos tras huracanes. En África, los cánticos en capillas de madera se elevan aunque por fuera suenan las balas. Lo sagrado estorba al mundo moderno porque recuerda que el hombre no es dueño absoluto de su destino.

¿Por qué un templo es signo de esperanza?

La iglesia, el templo, nos recuerda a Cristo, y Cristo es esperanza. Ciertamente, en lugares de guerra y conflictos, nos remite también a la cruz. Esa que carga cada cristiano que tiene que vivir su fe como en catacumbas, con miedo, pero también con valentía y fortaleza.

En todas las guerras, las iglesias han sido puntos de refugio: desde los monasterios en la Edad Media, que acogían desplazados, hasta parroquias en Ruanda, Siria o Ucrania que hoy sirven como centros humanitarios.

Son lugares no solo de culto, sino de memoria comunitaria: en un pueblo arrasado, la iglesia suele ser el último edificio que los vecinos reconocen como símbolo de identidad.

Y es que, en medio del sinsentido de la violencia, el templo es espacio de consuelo y de encuentro con Dios: “El templo es el testimonio visible de la fe de un pueblo que no se resigna al odio” (cfr. Evangelii Gaudium, 239).

La Iglesia no está en medio del conflicto para tomar partido en diferentes bandos, sino porque su lugar es junto al ser humano que sufre. Allí, en medio de las ruinas, el crucifijo sigue en pie: herido, pero vivo, recordándonos que del madero brota la esperanza que el mundo no puede dar.

Reconstruir tras las ruinas

Pasado un conflicto, un ataque directo o en medio de la guerra, reconstruir las iglesias pareciera un acto inútil; sin embargo, las comunidades se unen en torno a esta meta: reconstruir el templo es reconstruir la esperanza; es decir con firmeza: no queremos guerra, no aceptamos el conflicto y en medio de esto seguimos creyendo.

En lugares como Ucrania o Siria, la propia comunidad está reconstruyendo iglesias históricas bombardeadas. Lo hacen porque saben que el templo es el corazón de la comunidad, el punto desde el cual late la vida social y espiritual de un pueblo.

El fuego no apaga la fe, la enciende más

Las iglesias bajo fuego nos hablan de mucho más que de piedras derrumbadas: nos hablan de la resistencia de lo sagrado en medio de un mundo que parece empeñado en borrar a Dios de la historia.

Los templos atacados recuerdan que la Iglesia no abandona cuando arrecia la tormenta, porque es precisamente en medio de ella donde su presencia se vuelve más necesaria: como refugio, como denuncia profética y como semilla de resurrección.

Tal vez por eso, en medio de tantas crisis, los templos siguen siendo faros encendidos. No porque sean perfectos, sino porque son signos vivos de la promesa de Cristo:

“Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”  (Mt 28,20).

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Fuente: Mónica Alcalá – Aleteia