Foto AFP/EAST NEWS Melborn, Australia
Buenos Aires, domingo 7 septiembre (PR/25) — “ Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19,1). Será hoy 7 de septiembre cuando se nos regalará una “luna de sangre” visible desde gran parte del hemisferio oriental
En medio del trajín diario, corriendo de un pendiente a otro en la vida que nos devora entre pantallas, semáforos y relojes, no nos damos pausa para detenernos a mirar el cielo que, pacientemente, sigue desplegando su hermosura. La creación entera canta en silencio, pero nuestros oídos, saturados de ruido y prisa, apenas logran percibir su voz.
Por eso, cuando un acontecimiento como un eclipse interrumpe la rutina, pareciera que el universo mismo nos sacude y nos recuerda: “Estás rodeado de misterio, de belleza, de infinito”. No se trata de un espectáculo cualquiera, sino de una invitación a redescubrir la grandeza de la creación y, en ella, a Dios que la sostiene.
La luna se tiñe de rojo
Será hoy 7 de septiembre cuando se nos regalará una “luna de sangre” visible desde gran parte del hemisferio oriental —Europa, África, Asia y Oceanía—. No será visible en nuestro hemisferio, a pesar de la expectativa en Redes Sociales. Esta fase total durará 83 minutos, siendo uno de los eclipses más largos del ciclo reciente.
Los eclipses han fascinado a la humanidad desde tiempos antiguos, y no es raro que muchos los hayan interpretado como signos de destino, presagios de catástrofes o advertencias divinas.
En las redes sociales abundan rituales “espirituales” para aprovechar la energía del eclipse: baños de luna, meditaciones colectivas o consejos para “cargar el aura”. Todo esto revela un mismo trasfondo: la tentación de ver en el cosmos un poder autónomo que rige nuestra vida, como si los astros fueran dioses.
Pero para el cristiano, nada de esto tiene sentido. El eclipse no es un mensaje oculto ni un aviso de catástrofe: es parte del orden natural querido por Dios. La Palabra lo recuerda con claridad: “No teman las señales del cielo, aunque las naciones las teman” (Jer 10,2).
Por qué es incompatible con la fe cristiana
El eclipse no trae consigo un mensaje oculto, sino que es un fenómeno natural creado por Dios. La Biblia es clara: “No teman las señales del cielo, aunque las naciones las teman” (Jer 10,2).
La fe cristiana no se alimenta de supersticiones, sino de la Revelación de Dios en Cristo y de la confianza en la Providencia. Pensar que un evento cósmico determina nuestra vida o destino contradice el Evangelio: la vida está en manos de Dios, no de los astros.
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2116) advierte contra la astrología, la adivinación y toda forma de superstición porque desvían la fe y reducen la confianza en Dios. Confiar en los astros es olvidar que nuestra vida no depende de ellos, sino de un Dios que nos ama y nos conduce.

Cómo vivir un eclipse con ojos de fe

Un eclipse puede ser mucho más que un fenómeno astronómico si lo contemplamos con el corazón creyente. Aquí algunas sugerencias para transformarlo en un momento de oración y alabanza:
Haz silencio y contempla
Apaga el ruido y dedica unos minutos a mirar el cielo. La inmensidad del cosmos nos recuerda nuestra pequeñez, pero también nuestra grandeza: somos capaces de reconocer la huella de Dios en él.
Reza con la Palabra
El Salmo 19 es perfecto para este momento: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. También puedes proclamar un fragmento del Génesis o el Cántico de las criaturas de san Francisco de Asís.
Educa en la fe, no en la superstición
Si hay niños o jóvenes, explícales que este fenómeno es natural y no tiene nada de mágico ni de peligroso. Enséñales que la fe cristiana no teme a los astros, porque confía en el Dios que los creó.
Conviértelo en una alabanza
Al mirar la luna cubierta de sombras, deja que brote del corazón una oración sencilla: “Señor, todo lo hiciste bueno; gracias porque me permites contemplar tu obra”.
Cuando la luna se oscurece, la fe se enciende
La noche del eclipse no es un instante de miedo, sino de asombro. El cielo nos regala un recordatorio silencioso: que no todo está bajo nuestro control, que la vida es misterio, que Dios sigue hablándonos a través de su creación.
Mientras la luna se tiñe de sombras, podemos recordar que también nuestras noches, a veces oscuras y difíciles, son parte de una historia más grande. Y que, así como la luz vuelve a la luna después del eclipse, también en nuestra vida la luz de Cristo siempre regresa.
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