De Hollywood al Vaticano: la vida de Robert Redford estuvo basada en la familia, la humildad y la esperanza
Buenos Aires, viernes 19 septiembre (PR/25) — Robert Redford, fallecido a los 89 años, será recordado no sólo como uno de los actores más queridos de Hollywood, sino también como un hombre que vivió en silencio valores que resuenan profundamente con el espíritu humano.

En cambio, buscó la simplicidad: se retiró a las montañas de Utah, donde encontró “mucho espacio para moverse” y construyó una casa lejos del resplandor de Hollywood.

La vida anclada en la familia

A pesar de los elogios y premios, consideraba la paternidad su mayor logro. Como padre de cuatro hijos y abuelo de siete, solía decir: «Mis hijos… son lo mejor de mi vida», según compartió InStyle.

Tales pérdidas devastarían a cualquier padre, pero Redford las sobrellevó con una resiliencia serena, sin buscar nunca compasión, sino apoyándose en el amor de sus hijos y nietos sobrevivientes. Su historia nos recuerda que incluso quienes parecen tenerlo todo conocen el dolor más profundo del ser humano, y que lo que más importa no es el éxito, sino el amor que damos y recibimos a lo largo del camino.

En sus últimos años, Redford solía hablar de cómo la familia seguía siendo su pilar. Disfrutaba de sus hijas y de ver crecer a sus nietos. A su segunda esposa, la artista Sibylle Szaggars, le atribuía una «vida completamente nueva», encontrando compañía y un propósito compartido en sus últimos años juntos, como menciona el medio estadounidense, People.

Su trabajo en proyectos medioambientales le dio nueva energía, demostrando que incluso a los 70 y 80 años, la vida todavía puede ofrecer nuevos comienzos y nuevas alegrías.

Un viaje al Vaticano

La fe también tuvo una presencia discreta en la historia de Redford. Aunque no era tradicionalmente religioso, mostró un profundo respeto por la fe y por quienes la vivían con autenticidad. Le conmovió especialmente el llamado del Papa Francisco a proteger el medio ambiente.

Anteriormente informamos sobre el memorable encuentro en el Vaticano, cuando Redford se presentó humildemente al Santo Padre y le agradeció su liderazgo. El Papa Francisco le pidió que rezara por él, y la respuesta de Redford fue sencilla: «Sí, quiero». Fue un intercambio fugaz, pero que reveló una apertura a lo espiritual, un reconocimiento de que cuidar la creación forma parte de algo más grande: un deber que nos ha sido encomendado a todos.

Ese profundo respeto por la naturaleza definió gran parte de su vida. Mucho antes de que el ambientalismo se pusiera de moda, Redford habló sobre la importancia de proteger la Tierra, no por rédito político, sino por un sentido de responsabilidad hacia las generaciones futuras. En esto, sus valores se alineaban estrechamente con la doctrina católica: salvaguardar la creación de Dios, vivir con sencillez y pensar más allá de uno mismo.

Una generosidad de espíritu

Incluso ante una fama extraordinaria, Redford personificó la humildad. Resistió la tentación del glamour de Hollywood y optó por construir una comunidad de narradores a través del Instituto Sundance, apoyando a cineastas jóvenes e independientes. Su convicción de que todos merecen la oportunidad de contar su historia refleja una generosidad de espíritu, la que anima a los demás en lugar de aferrarse a la propia fama.

Quizás una de las cualidades más inspiradoras de Robert Redford fue su forma de aceptar el envejecimiento. En lugar de resistirse al paso del tiempo, parecía verlo como parte de la belleza de la vida. «La vida es esencialmente triste. La felicidad es esporádica. Llega en instantes y ya está. Saca la sangre de cada instante», dijo una vez. Era su forma de recordarnos que la alegría es fugaz pero preciosa, y que cada etapa de la vida, incluso su ocaso, ofrece oportunidades para encontrarle sentido.

La historia de Robert Redford nos recuerda que, aunque el éxito y la fama se desvanecen, el amor, la familia y la integridad perduran. Vivió con dignidad, sobrellevó el dolor con fortaleza y aceptó la vejez como un regalo.

Al igual que los personajes que interpretó en la pantalla —valientes, imperfectos y profundamente humanos—, su propia vida nos deja una sensación de esperanza. Al final, quizás su mayor logro no fue en la gran pantalla, sino en cómo nos enseñó a vivir con humildad, propósito y gracia.

Concédele, Señor, el descanso eterno y que brille para él la luz perpetua. Descanse en paz.

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Fuente: Aleteia