Por Svitlana Dukhovych – Ciudad del Vaticano

Olena Mosendz cuenta a los medios de comunicación vaticanos su odisea de guerra, desde profesora universitaria hasta esposa de un soldado, madre y comprometida con la ayuda a sus compatriotas devastados por más de tres años y medio de conflicto: «Un día tenía que comprar medicamentos destinados al frente. Me puse un portabebés, metí a mi hijo de dos semanas y fui con él a la farmacia a comprar lo que necesitaban los médicos».

Ciudad del Vaticano, Olena Mosendz es una joven que nació y creció en Nova Kakhovka, en la región de Kherson, al sur de Ucrania. Su ciudad está hoy bajo ocupación rusa. Al comienzo de la guerra a gran escala, dejó su trabajo como profesora en la Universidad Católica de Leópolis y se trasladó a Zaporizhzhia, por un lado para estar más cerca de sus familiares, que poco después lograron huir de la ciudad ocupada, y por otro para enviar medicamentos primero a la parte ocupada de la región de Jersón y luego a los médicos militares en el frente.

A finales de 2023, Olena se casó con un militar destinado en una unidad médica. Ahora, además de su labor como voluntaria, también trabaja como responsable de comunicación en «Caritas Ucrania».

A principios de octubre, junto con su marido, al que le concedieron un permiso, y su hijo de un año, Luca, vino a Roma para pasar unas breves vacaciones. En una entrevista con los medios de comunicación del Vaticano, Olena contó las dificultades a las que se enfrenta como madre de un niño pequeño y esposa de un militar en tiempos tan difíciles, y cómo consigue compaginar todo esto con el voluntariado y el trabajo.

León XIV saluda y bendice al pequeño Luca durante la audiencia general.

Guerra, conciencia y prioridades

«La educación es muy importante para mí: me importan mucho los valores de la universidad y la formación de los futuros periodistas y comunicadores. Sin embargo, cuando nuestro país se encuentra luchando por su supervivencia, las prioridades cambian», dice Olena, recordando cómo en 2022 decidió abandonar Leópolis, una ciudad relativamente segura, dejar su trabajo como profesora en la Facultad de Comunicación Social y trasladarse a Zaporizhzhia, cerca del frente. «La voz de mi conciencia me decía que tenía que ir a ayudar a salvar vidas. Me alegro de que muchos sigan enseñando. Gracias a mis contactos, a mi red de conocidos y amigos, en particular entre los católicos de todo el mundo, comprendí que podía ser mucho más útil en otro lugar. Entre otras cosas, me guiaba un pensamiento: al no tener hijos y no estar casada, consideraba que el valor de mi vida no era tan alto como para temer perderla. Acudíamos a médicos que, arriesgando sus vidas, salvaban a decenas, cientos y, a veces, miles de personas, y yo misma, aunque también arriesgaba mi vida, podía ayudar a cientos de personas más. Para mí, la prioridad estaba clara».

Aunque la conciencia del riesgo que se corre por la propia vida puede ser muy difícil de manejar, en la situación actual de Ucrania es fundamental, subraya Olena, «evaluar los peligros con la máxima objetividad y sentido crítico, preparándose para afrontarlos».

Apoyo mutuo

Cuando Olena se casó y descubrió que estaba embarazada, ya no podía desplazarse físicamente a las zonas más conflictivas del frente.

«Mi responsabilidad —explica— ya no era solo por mi vida, sino también por la del niño. Sin embargo, hemos reorganizado el trabajo para que yo pueda seguir suministrando medicamentos: los compramos y los enviamos al frente por mensajería». La mujer recuerda un episodio de cuando su hijo solo tenía dos semanas: «Mi marido había vuelto al servicio en su unidad. Yo estaba sola en casa con Luca y tenía que comprar y enviar medicamentos. Así que me puse por primera vez un portabebés, metí al niño dentro y fui con él a la farmacia a comprar los medicamentos para los médicos del frente. Porque esto significa salvar vidas, porque gracias a esta ayuda, el marido, el hermano o el hijo de alguien podrá recibir asistencia oportuna y sobrevivir. Espero que alguien más pueda cuidar de mi marido y también de mi hermano, que también está en el frente. De hecho, así es como intentamos apoyarnos mutuamente, para poder sobrevivir y dejar un país seguro a las generaciones futuras».

Amor más allá de la distancia

La historia de amor entre Olena y su marido comenzó en plena guerra, una época que pone a prueba a muchas familias y parejas de novios. No existe ningún manual que explique si una esposa debe ir a visitar a su marido dondequiera que se encuentre o si es él quien debe hacerlo más a menudo, ni mucho menos cómo mantener viva una relación cuando la distancia parece separarlos. «Cuando nos casamos —cuenta Olena—, intentaba ir a verlo cada vez que podía, cuando sabía que estaba en un lugar seguro o, al menos, relativamente seguro. Pero cuando me quedé embarazada, mis viajes se redujeron inevitablemente. Esa época fue muy dura: en todo el año, mi marido solo pudo volver a casa dos veces y por muy poco tiempo. Cuando di a luz, vino a vernos al hospital y se quedó con nosotros los primeros diez días después del nacimiento de Luca, pero luego la distancia nos separó de nuevo durante casi seis meses. Fue el periodo más difícil, tanto física como emocionalmente. Sin embargo, lo que más me pesaba era no poder compartir con él esos primeros momentos: tener al niño en brazos, ver sus primeras sonrisas, vivir sus primeras emociones… Todas esas sensaciones que son casi imposibles de transmitir con palabras. Esperaba con ansiedad que Luca cumpliera al menos seis meses, que llegara el buen tiempo y que por fin pudiéramos acercarnos, aunque sólo fuera por un breve momento. Este verano, cuando la unidad de mi marido tuvo un descanso en lugares relativamente seguros, por fin pudimos reunirnos con él. Lo que más me alegró fue ver a su padre observar los primeros pasos del niño y descubrir sus nuevas habilidades».

El papá que no se ve

El momento más difícil para Olena es cuando vuelve a casa después de visitar a su marido con Luca. A veces, el niño, al oír una voz masculina en la calle, busca a su padre entre los rostros de los hombres con los que se cruza y se entristece cuando no lo encuentra. Esto hiere profundamente a Olena.

Por eso intenta hacer todo lo posible para que el pequeño pase el mayor tiempo posible con su padre, aunque sabe que no siempre depende de ellos. Muchas familias viven situaciones similares y las comunidades de apoyo para mujeres, madres y hermanas de militares ofrecen ayuda, asesoramiento y apoyo. Olena también intenta, junto con otras mujeres como ella, apoyarse mutuamente compartiendo sus experiencias.

Ser madre de un recién nacido en tiempos de guerra significa vivir una situación extremadamente compleja, en la que el amor, el cuidado y la alegría se entremezclan con el miedo, la incertidumbre y la preocupación constante.

En primer lugar, la prioridad es la seguridad. Olena está acostumbrada a planificar muchas cosas con antelación, pero con un niño pequeño cada día trae nuevos retos. «Nunca sé cómo será el día siguiente —confiesa— y todo se vuelve aún más difícil viviendo en un país en guerra. Tengo que estar constantemente pendiente de la situación y pensar qué hacer si se corta la luz, el gas o la calefacción, o si tengo que llevar a mi hijo a otro lugar. Estos pensamientos me rondan continuamente por la cabeza y siempre intento organizarlo todo para garantizarle al menos un mínimo de comodidad y seguridad. Es una tarea muy exigente, porque nadie nos ha explicado nunca las «reglas del juego». Nunca hubiera imaginado vivir una experiencia así, por lo que cada día tenemos que aprender cosas nuevas».

El Papa León XIV bendice a Luca

Al regresar a Ucrania, la familia Mosendz se llevó a casa no sólo los recuerdos de su participación en la Audiencia General en el Vaticano, durante la cual el Papa León bendijo al pequeño Luca, sino también la solidaridad de los peregrinos procedentes de diferentes países del mundo. «Cuando nos preguntaban de dónde veníamos y respondíamos que de Ucrania, nos decían que nos apoyaban, que rezaban por nosotros. Y esto —concluye Olena— me lo llevo a casa, a Ucrania, tanto para nuestros militares como para mi familia. Porque para ellos es importante saber que no están solos, que alguien se acuerda de ellos. Y con alegría seguiré difundiendo este mensaje».

Primicias Rurales

Fuente: Vatican News