Victoria Cardiel

“En realidad el que falleció fue un joven, aspirante a agustino, en un accidente de autobús cuando viajaba a Lima por fin de año”, explica Lovera.

Los padres del chico, que eran de una zona rural al norte de Trujillo, no tenían medios para ir a recoger el cadáver de su hijo y le pidieron al P. Roberto que lo trajera de vuelta al pueblo.

“Recorrió más de 2.000 kilómetros de ida y vuelta conduciendo para hacerles el favor”, detalla. Pero al hacer las gestiones, continúa, “apuntaron mal su nombre y lo incluyeron dentro de la lista de las víctimas” que acabó publicada en un periódico local de Trujillo.

El día en que entregó al Papa el libro publicadoEl día en que Armando Lovera entregó al Papa el libro publicado | Crédito: Cortesía Armando Lovera

“La gente, sobre todo la gente más pobre de la parroquia, al enterarse, se fueron a la casa de los agustinos entre lágrimas y con el periódico en la mano para dar el pésame”, cuenta Lovera. Pero para su sorpresa quien les abrió la puerta fue el propio Prevost.

“Lo que más me impresiona de esta historia es la disponibilidad que siempre ha mostrado hacia sus amigos, y, por otro lado, el cariño de la gente”, agrega.

El P. Prevost y Lovera en (Trujillo) Perú donde el Papa fue párroco en los años 90. Crédito: Cortesía Armando Lovera
El P. Prevost y Lovera en (Trujillo) Perú donde el Papa fue párroco en los años 90. Crédito: Cortesía Armando Lovera

Lovera recuerda con nitidez la primera vez que lo conoció en el año 1991 en Colombia. “En aquel tiempo, en mi parroquia los jóvenes éramos bastante revoltosos, informales, y cuando me dijeron que era canonista pensé: ‘Aquí viene un señor muy protocolario, muy de normas’. Pero en cuanto se presentó y conversamos, nos desarmó. Los prejuicios se cayeron al instante porque era una persona muy accesible”, explica.

Durante siete años compartieron vida comunitaria

Armando junto con su esposa y el P. Prevost en Valladolid. Crédito: Cortesía Armando Lovera
Armando junto con su esposa y el P. Prevost en Valladolid. Crédito: Cortesía Armando Lovera

 

Prevost fue párroco de Nuestra Señora de Monserrate, en Trujillo, desde 1992 hasta 1998. Lovera guarda vivas las imágenes de aquella comunidad en sus inicios: “Mi mujer era de esa parroquia. Asistimos a su construcción cuando todavía era un arenal y los domingos llevábamos nuestras propias sillas para escuchar la Misa de los domingos, con un altar muy sencillo”.

La pasión por la música, una herencia de su madre

La amistad entre ambos también se afianzó en torno a la música, una pasión compartida. “A Roberto le encantaba la música. Empezamos a cantar juntos música peruana y también cantos agustinianos. Tenía muy buena voz y disfrutaba cantando con la gente. Teníamos la misma sintonía, y eso nos acercó más”, recuerda.

La inclinación musical del Papa tiene raíces profundas. Tal y como narra en el libro, su madre Mildred tocaba el órgano y fue una contralto (rango de voz femenina más grave) destacada en Chicago, participante del Chicagoland Music Festival de 1941. Además era una devota intérprete del Ave Maria en la Misa de los domingos.

La confianza no se perdió nunca

Cuando en 1999 el P. Prevost fue destinado a Chicago, su amistad se mantuvo viva gracias a la tecnología. “Nos escribíamos correos electrónicos. Es una persona muy accesible. La confianza no se perdió nunca”, afirma Lovera.

Armando y el P. Prevost en Orlando (EE.UU). Crédito: Cortesía Armando Lovera
Armando y el P. Prevost en Orlando (EE.UU). Crédito: Cortesía Armando Lovera

Con los años, Lovera comprendió que la sencillez del P. Roberto escondía una profunda vocación de servicio. “Nunca buscó puestos dentro de la Iglesia. Eso a mí me tocaba el alma. Yo solía decir entonces: ‘Esta persona es alguien que me revela a Dios’. Destacaba por su generosidad, su capacidad y su dominio de los idiomas”.

Recuerda con humor sus propias reacciones ante el ascenso de su amigo: “Yo sinceramente prefería que se hubiera quedado de obispo, para no perder tanto el contacto. Luego, en 2021, algunos amigos decían que el próximo Papa sería el P. Roberto, aunque yo pensaba que exageraban”.

Sin embargo, en los días previos al cónclave el nombre del P. Prevost empezó a circular en las listas de papables que publicaban los medios de comunicación y Lovera empezó considerar esa posibilidad. “Supuse que, si descubrían qué clase de persona era, lo iban a elegir. Y así pasó”, detalla Lovera que actualmente coordina la edición de textos religiosos en el Grupo de Comunicación Loyola.

Armando y el P. Prevost en Iquitos (Perú). Crédito: Cortesía Armando Lovera
Armando y el P. Prevost en Iquitos (Perú). Crédito: Cortesía Armando Lovera

Mostrar a un amigo que ofrece su amistad

“El objetivo del libro —explica— es mostrar a un amigo que ofrece su amistad y, con ella, la amistad de quien da sentido a la vida: Jesús. Roberto siempre quiso que las puertas del obispado permanecieran abiertas para todos. Jamás actuó como un soberano distante ni como un burócrata. Siempre se comportó como un hermano entre hermanos, con la responsabilidad de dirigir y tomar decisiones, pero siempre razonando”.

Para Lovera, ese es el rasgo que define al actual Pontífice: “El Papa León XIV no ha cambiado en su esencia. Es el mismo sacerdote cercano, alegre y fraterno que conocí en 1991. Sólo que ahora esa cercanía tiene el peso y la gracia de guiar a toda la Iglesia”.

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Fuente: ACI Prensa