Buenos Aires, lunes 1 diciembre (PR/25) — Ni el aprendizaje sobre miserabilidades del pasado amaina la batalla entre Santiago Caputo y Karina Milei, la pugna intestina por un poder superior en el triángulo de hierro.
Raro enfrentamiento entre la hermana sanguínea y el “hermano del alma”, si uno se ata a la jerga de Mauricio Macri sobre un amigo preferido para Javier Milei.
Ni el último triunfo electoral desanimó a los dos en la interna; por el contrario, se incrementó la movilización de bandas, como si fueran el Cartel de Aragua o Los Pulpos, cada uno en busca de supremacía. Como si pudieran aplastarse.
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Triángulo férreo o no tanto. Santiago sigue disputando el poder con Karina. | cedoc
Caputo teme una ofensiva de la hermana de Milei: vive en una ciénaga.

Caputo junior quedó peor posicionado que Karina luego del último comicio: fracasaron sus predicciones de consultor, alertas incluidas en el consejo “no vayas a esa provincia, Javier, allí vamos a perder”. Aludía a una presunta desorganización en el armado partidario, al amateurismo de la hermana presidencial.

También, por supuesto, como una multitud de encuestadores, imaginaba que a Milei no lo iba a acompañar una mayoría silenciosa en todo el país. Al revés de la hermana. Pero el oficialismo ganó, la dama se afirmó en el pináculo y ahora el oráculo monotributista debe pagar las cuentas.

Al menos, ya lo bajaron de esas aspiraciones infantiles por convertirse no solo en primer ministro como jefe de Gabinete, extender su dominio físico en otras áreas, subrogar al “Jefe” Javier prescindiendo de Karina, a quien Milei llama “el Jefe”.

Para colmo, también se resintió esa relación con la administración Trump que él parecía manejar por separado de la Cancillería, más exactamente del exministro Gerardo Werthein, al que forzó a renunciar por presuntos intereses contrapuestos al Gobierno (laboratorios).

Sería bueno que el renunciado en su cumpleaños 70, esta semana, se expresara al respecto: plata y medios comunicacionales no le faltan.

Caputo el joven quedó peor posicionado después del último comicio

Por un momentáneo reparto de queso, la visceral porfía Karina-Santiago ni se detuvo a observar un reciente episodio que podría servirle de antecedente para evitar la insistencia en errores: Alberto Fernández visitó a Julio De Vido en la prisión de Ezeiza.

“¿Qué querés?”, le preguntó el exministro de los pajaritos cuando lo recibió –a quien siempre lo hostigara durante el gobierno de Néstor y, luego, en combinación con Cristina, intentara excluirlo del gobierno por corrupto, en combinación con algún medio importante– a pesar de que había sido un factor decisivo para el triunfo de la luego viuda por visitar semanalmente intendentes, comer asados y concederles fondos para obras en cuotas.

Cuando se enteró Néstor del propósito, le prohibió a Alberto esa aventura y a su mujer le pegó una reprimenda, si un soplamocos puede considerarse una reprimenda. Un estilo diplomático ejemplar, según los machistas.

Siguió igual esa interna, nunca cesó: Alberto ni cuestionó la expulsión de diputados de De Vido, menos lo visitó después en la cárcel, aunque sí voló para abrazarse con Lula en la celda. Oportuno el hombre. Ella, con la excusa de “no pongo las manos en el fuego por nadie”, ni se movió de su trono. Es su costumbre.

Ahora, después de un duelo embarazoso en su departamento de Puerto Madero, casi sin salir a la calle ohaciéndolo en secreto durante más de dos años, Fernández habla y descubre que debe solidarizarse con De Vido, con su excompañero de

Gabinete. Y concurrir a saludarlo en el penal de Ezeiza. Los mil rostros de Jano, si hubiera mil. Tarde se dio cuenta de su fatiga interna pasada o, tal vez, opera con indudable conveniencia personal por otro motivo.

Vaya uno a saber, siempre da sorpresas. Aunque curiosamente esa conducta le sirva a Karina y Santiago para advertir la inutilidad de las peleas dentro del Gobierno, para perder lo que más no quería perder Napoleón: el tiempo.

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Fuente: Perfil