En el camino hacia la Navidad, la tradición de las posadas invita a volver la mirada hacia una escena sencilla y profundamente humana: José y María buscando un lugar donde alojarse, tocando puertas que se cierran una tras otra. Más allá del relato bíblico y de las celebraciones populares, la pregunta sigue vigente: ¿hay espacio hoy para el otro?
Buenos Aires, lunes 15 diciembre (PR/25) — En el camino hacia la Navidad, la tradición de las posadas invita a revivir una escena sencilla y profundamente humana: José y María recorriendo las calles de Belén en busca de un lugar donde alojarse, golpeando puertas que se cierran una tras otra. Más allá del relato bíblico y de las celebraciones populares, la pregunta atraviesa el tiempo y llega hasta hoy: ¿hay lugar para el otro en nuestra vida cotidiana?
Las posadas no son sólo una representación del pasado ni un gesto simbólico propio del Adviento. Comienzan en el corazón de cada persona, en la disposición interior para acoger, escuchar y acompañar.
En una sociedad marcada por el individualismo, la velocidad y la indiferencia, abrir una “posada” significa hacerse cargo del dolor ajeno, de la soledad, del cansancio y de las necesidades concretas de quienes nos rodean.
A lo largo de la historia de la Iglesia, muchos santos supieron encarnar este espíritu de acogida. San José, silencioso y fiel, fue el primero en convertirse en posada para María y para el Niño, aceptando cuidar y proteger una vida frágil en medio de la incertidumbre. San Vicente de Paúl transformó su corazón en refugio para los pobres y abandonados, recordando que servir a los necesitados es servir al mismo Cristo.
También Santa Teresa de Calcuta abrió posadas allí donde nadie quería entrar: en las calles, en los hospitales, entre los moribundos y descartados. Su vida fue un testimonio concreto de que la verdadera hospitalidad no depende de recursos materiales, sino de una mirada capaz de reconocer la dignidad del otro.

En la misma línea, San Francisco de Asís eligió la pobreza y la cercanía con los más pequeños, haciendo de su vida un hogar abierto para todos.
El mensaje cristiano propone una lógica distinta a la del mundo actual: invita a mirar al prójimo no como una molestia, una amenaza o una carga, sino como una oportunidad para amar. Ser posada hoy es ofrecer tiempo cuando falta, paciencia cuando se agota, una palabra de consuelo cuando todo parece oscuro.

Es animarse a salir de la comodidad propia para dar lugar al que golpea la puerta, aún cuando no tengamos todas las respuestas.
El nacimiento de Jesús interpela de manera directa. El Hijo de Dios no encontró lugar en la posada, pero fue recibido en la humildad de un pesebre.
Allí donde hubo sencillez y apertura, la vida pudo nacer. Esa escena se repite cada vez que alguien decide hacerse cercano al que sufre, al que está solo, al migrante, al enfermo, al anciano olvidado.
La Navidad, entonces, no se reduce a luces, regalos o encuentros sociales. Es una invitación concreta a transformar el corazón en refugio, a permitir que Cristo nazca en nuestras actitudes, en nuestras decisiones y en nuestra manera de relacionarnos con los demás.
Como recordaba San Juan Pablo II, “el hombre no puede encontrarse plenamente sino a través del don sincero de sí mismo”.

En tiempos de crisis, fragmentación social e incertidumbre, el llamado se vuelve urgente: podemos ser posadas para el otro que nos necesita. Allí donde haya acogida, misericordia y amor, habrá espacio para la esperanza y para una Navidad verdaderamente vivida.
Primicias Rurales: Por Matilde Fierro
Fuente: Catholic Net / IA















