«Tengo sed»: estas últimas palabras de Jesús en la cruz fueron las que el pontífice profundizó en su catequesis durante la audiencia general en la Plaza de San Pedro.
Ciudad del Vaticano, jueves 4 septiembre (PR/25) — El papa León XIV advirtió este miércoles 3 de septiembre sobre la tentación de la «autosuficiencia», afirmando que «nadie puede salvarse solo».»La vida se consuma no cuando somos fuertes, sino cuando aprendemos a recibir», dijo León XIV en su catequesis en la audiencia pública semanal, que reunió a miles de personas en la plaza de San Pedro.
El Santo Padre se centró en las últimas palabras de Jesús en la cruz: «Tengo sed» y «Todo está consumado», según el Evangelio de Juan.
Mientras colgaba de la cruz y la humanidad afrontaba su momento más luminoso y al mismo tiempo más oscuro, observó el Papa, Jesús pronunció aquellas dos frases cargadas de toda una vida, que revelan la existencia entera del Hijo de Dios.
Jesús aparece en la cruz como un suplicante de amor, no como un héroe victorioso, diferenció. «Pide humildemente lo que él solo no puede darse de ninguna manera».
El Papa destacó que la sed de Jesús en la cruz no era sólo la necesidad fisiológica de un cuerpo torturado, sino también «expresión de un deseo profundo: el del amor, el de la relación, el de la comunión».
«Es el grito silencioso de un Dios que, habiendo querido compartir todo de nuestra condición humana, también se deja vencer por esta sed», dijo el Papa.
«Nuestro Dios no se avergüenza de pedir un sorbo, porque con ese gesto nos dice que el amor, para ser verdadero, también debe aprender a pedir y no solo a dar».
Al expresar su sed, señaló el Papa León, Jesús muestra que no podemos ser autosuficientes ni salvarnos a nosotros mismos, ya que sus siguientes palabras: «Todo está consumado», vienen después de recibir una esponja empapada en vinagre.
«El amor se ha hecho necesitado», dijo, «y precisamente por eso ha realizado su obra».
La paradoja cristiana es que Dios salva «no haciendo, sino dejándose hacer; no venciendo el mal con la fuerza, sino aceptando la debilidad del amor hasta el final».
Pedir no es indigno, es liberador
«La salvación no está en la autonomía, sino en reconocer humildemente la propia necesidad y poder expresarla libremente», afirmó.
La humanidad encuentra su realización en la confianza, añadió el pontífice, que nos abre a la verdadera esperanza, pues ni siquiera el Hijo de Dios podía bastarse a sí mismo, sediento como estaba de amor, de sentido y de justicia.
Jesús nos salva mostrándonos que pedir no es indigno, sino liberador -dijo-. Es la salida del encierro del pecado para volver al espacio de la comunión. Desde el principio, el pecado engendró vergüenza. Pero el perdón -el verdadero perdón- nace cuando podemos afrontar nuestra necesidad y ya no tememos el rechazo.
Mientras tenía sed en la cruz, dijo el Papa, Jesús expresa el grito de agua viva de toda la humanidad herida, de modo que nos conduzca a Dios y nos una a Él.
En conclusión, el papa León XIV invitó a los cristianos a encontrar la alegría y la verdadera realización en la fraternidad, la vida sencilla, el arte de pedir sin vergüenza y de ofrecer lo que podemos sin segundas intenciones.
«No tengamos miedo de pedir, sobre todo cuando nos parezca que no lo merecemos», dijo. «No nos dé vergüenza extender la mano. Es ahí, en ese gesto humilde, donde se esconde la salvación».
Fuente: Agencia AICA
Texto Completo de la Homilía del miércoles 3 septiembre 2025
El Santo Padre León XIV continuó este miércoles con el ciclo de catequesis sobre el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Lea aquí el texto completo de la Audiencia General de este miércoles.
Queridos hermanos y hermanas,
Pide, humildemente, lo que por sí solo no puede darse de ninguna manera. La sed del Crucificado no es solo la necesidad fisiológica de un cuerpo destrozado. Es también y, sobre todo, la expresión de un deseo profundo: el de amor, de relación, de comunión. Es el grito silencioso de un Dios que, habiendo querido compartir todo de nuestra condición humana, se deja atravesar también por esta sed. Un Dios que no se avergüenza de mendigar un sorbo, porque en ese gesto nos dice que el amor, para ser verdadero, también debe aprender a pedir y no solo a dar.
«Tengo sed», dice Jesús, y de este modo manifiesta su humanidad y también la nuestra. Ninguno de nosotros puede bastarse a sí mismo. Nadie puede salvarse por sí mismo. La vida se «cumple» no cuando somos fuertes, sino cuando aprendemos a recibir. Y precisamente en ese momento, después de haber recibido de manos ajenas una esponja empapada en vinagre, Jesús proclama: «Todo está cumplido». El amor se ha hecho necesitado, y precisamente por eso ha llevado a cabo su obra.
Esta es la paradoja cristiana: Dios salva no haciendo, sino dejándose hacer. No venciendo al mal con la fuerza, sino aceptando hasta el fondo la debilidad del amor. En la cruz, Jesús nos enseña que el ser humano no se realiza en el poder, sino en la apertura confiada a los demás, incluso cuando son hostiles y enemigos. La salvación no está en la autonomía, sino en reconocer con humildad la propia necesidad y saber expresarla libremente.
El cumplimiento de nuestra humanidad en el diseño de Dios no es un acto de fuerza, sino un gesto de confianza. Jesús no salva con un golpe de efecto, sino pidiendo algo que por sí solo no puede darse. Y aquí se abre una puerta a la verdadera esperanza: si incluso el Hijo de Dios ha elegido no bastarse a sí mismo, entonces también su sed —de amor, de sentido, de justicia— no es un signo de fracaso, sino de verdad.
Esta verdad, aparentemente tan simple, es difícil de aceptar. Vivimos en una época que premia la autosuficiencia, la eficiencia, el rendimiento. Sin embargo, el Evangelio nos muestra que la medida de nuestra humanidad no la da lo que podemos conquistar, sino la capacidad de dejarnos amar y, cuando es necesario, también ayudar.
Jesús nos salva mostrándonos que pedir no es indigno, sino liberador. Es el camino para salir de la ocultación del pecado, para volver al espacio de la comunión. Desde el principio, el pecado ha generado vergüenza. Pero el perdón, el verdadero, nace cuando podemos mirar de frente nuestra necesidad y ya no temer ser rechazados.
En la fraternidad, en la vida sencilla, en el arte de pedir sin vergüenza y de ofrecer sin cálculo, se esconde una alegría que el mundo no conoce. Una alegría que nos devuelve a la verdad original de nuestro ser: somos criaturas hechas para dar y recibir amor.
Queridos hermanos y hermanas, en la sed de Cristo podemos reconocer toda nuestra sed. Y aprender que no hay nada más humano, nada más divino, que saber decir: necesito. No temamos pedir, sobre todo cuando nos parece que no lo merecemos. No nos avergoncemos de tender la mano. Es precisamente allí, en ese gesto humilde, donde se esconde la salvación.
Fuente: ACI Prensa
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