Tras el impacto de la derrota bonaerense, Milei intentó reinventarse con su discurso con un tono moderado y conciliador. Cercanía y búsqueda de acuerdos con la odiada política. Acaso sea tarde para la persuasión.

Patricia Bullrich fue entrevistada unos minutos más tarde en TN. Dijo que en su discurso, el Presidente “puso los puntos sobre las íes y le planteó al pueblo argentino lo que está pasando y qué necesitamos hacer para llegar a tierra firme”.
Bueno, lo que ocurrió con el mensaje de Milei es exactamente lo contrario de lo interpretado por la ministra de Seguridad: el que puso los puntos y le planteó al Presidente qué cosas necesita que haga fue «el pueblo argentino», una semana atrás en la elección bonaerense, territorio en el que Milei no hace mucho prometía arrasar.
La confusión de Bullrich es una muestra acabada de cómo suele verse a sí mismo este Gobierno. O cómo lo venía haciendo hasta ahora. Tiene todavía varios peldaños por bajar.
Milei encajó el golpe, dirían los españoles. Reconoció que tiene que cambiar. El Presidente se había atrevido a vislumbrar hasta un empate técnico en la provincia en los días previos a la elección. Pero el pulso de lo que estaba pasando ya lo habían marcado en realidad, no las encuestas, sino los gobernadores cuando se plantaron en la pelea por los recursos.
Milei los ignoró y encadenó una serie interminable de derrotas en el Congreso. También fueron un aviso la sucesión de marchas por los haberes de los jubilados y la emergencia en pediatría con epicentro en el Hospital Garrahan; podríamos incluso remontarnos a las primeras marchas en defensa de la universidad pública. Fueron desestimadas y, los jubilados, reprimidos desde la primera manifestación.
Hubo otras señales claras, recientes, de pérdida de confianza en el rumbo del Gobierno, más estrechamente vinculadas a su fraseología económica: el fracaso del proyecto para que la gente saque los dólares del colchón para darle liquidez a la economía, que naufragó antes de zarpar; la pelea con los bancos por el zafarrancho con los instrumentos de deuda y las tasas y el comportamiento del dólar, que sigue en busca de romper el techo de las bandas cambiarias, cuando Milei hablaba no hace mucho de un dólar de $900. Ninguna de esas señales fue atendida.
El Presidente se enfrenta a un momento desconocido. Se sabe que encabeza el Gobierno más débil desde la recuperación de la democracia, medido en términos de representatividad en el Congreso nacional y poder territorial. Con minorías escuálidas y divisibles en las Cámaras y sin gobernadores ni intendentes, el principal factor de poder de Milei residía en el nivel de aceptación social que recogía su gestión. Ese activo ha desaparecido.
Milei montó su poder relativo en torno a su propio personaje, real o imaginario, a la agresividad de sus palabras y sus gestos. Su incorrección, su actitud rupturista encarnaron un rasgo de época y supo atraer a una minoría nada despreciable de seguidores, que arrastró luego a desencantados y furiosos, mayoritariamente jóvenes. Representó como nadie, a la manera de Trump, la crisis de representatividad y la falta de respuestas de las democracias liberales a demandas no satisfechas, una deuda que arrastra años la Argentina.

Con un Milei descendido al nivel del conjunto de la clase política, la pregunta es qué sucederá a partir de ahora. Ya no entre quienes depositaron una expectativa moderada de cambio, sino en aquellos que vieron en él un vehículo para expresar su propia rebeldía. El Presidente ya había resignado los insultos, no sabemos bien por qué razón, tal vez su inconsciente se lo ordenó. Permitió que los marginales de la casta se encargaran del armado político y se mezclaran en las derrotadas listas bonaerenses. Ahora debe arrojarse a los brazos de la odiada política para que vaya en su rescate.
“Lo peor ya pasó”. Lo peor, precisamente, no fue que Milei copiara la frase del Mauricio Macri empoderado de 2018, pero desde un lugar de derrota. Ni siquiera que el Presidente recordara a aquel De la Rúa que auguró la salida de la crisis a las puertas del 2001. Un Milei empático es un Milei deconstruido. Un león domado. ¿Correrá el riesgo de no satisfacer a ninguna audiencia?
El filósofo Richard Rorty, quien profetizó en los 90 sobre la llegada de alguna forma de fascismo a los Estados Unidos, sostenía que una sociedad “idealmente liberal”, en el sentido progresista que le atribuyen al término los norteamericanos, es una en la que los objetivos pueden ser alcanzados por medio de la “persuasión” antes que por la mera imposición.
A cincuenta días de la elección nacional de medio término, acaso para Milei ya sea tarde.
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Fuente: Perfil