Buenos Aires, domingo 2 noviembre (PR/25) –En medio de las tensiones que vive el campo mexicano por los bloqueos carreteros y la crisis de los productores de maíz, los obispos de México han hecho un llamado urgente a la solidaridad, al diálogo y al compromiso concreto con quienes trabajan la tierra

México, tierra de maíz y de manos campesinas vive hoy, como históricamente ha sucedido, una nueva crisis en el campo. Desde hace semanas, productores agrícolas de distintos estados -principalmente Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Puebla y Veracruz- han bloqueado carreteras exigiendo precios justos por su cosecha.

Un campo que resiste

Desde tiempos de la Colonia, el campo ha sido el corazón de la identidad mexicana. En estas tierras nació el maíz, símbolo de vida y alimento que se consideraba “sagrado”, pero también ha sido símbolo de desigualdad.

Durante el Siglo XX, la reforma agraria prometió justicia, pero la realidad es que muchas comunidades rurales siguen atrapadas en la pobreza y la falta de oportunidades. Hoy, los campesinos enfrentan un nuevo desafío: la globalización agrícola que impone precios bajos, altos costos de producción y un modelo económico que favorece a los grandes consorcios.

La voz de los obispos: “No dar a los pobres es robarles su dignidad”

 

Ante esta situación el Episcopado Mexicano ha expresado, por medio de un contundente comunicado, su cercanía y solidaridad con los agricultores y sus familias, pero también advierten de una “descomposición social irreversible” si no se actúa con justicia y prontitud.

“Las demandas de los agricultores no son capricho, sino una exigencia legítima de justicia”, señalan los obispos, recordando que el bien común debe prevalecer sobre intereses particulares.

El episcopado mexicano pide al gobierno mexicano “altura de miras” y a los empresarios “solidaridad efectiva”. También exhortan a los demandantes a mantener un diálogo abierto y evitar, en lo posible, medidas que agraven el sufrimiento de otros mexicanos.

La iglesia no toma partido, pero ofrece una brújula moral en defensa del trato digno y de la dignidad del campesino.

El maíz: fruto de la tierra, don de Dios

El Papa Francisco en la encíclica Laudato Si’ nos recuerda que la tierra es un “don de Dios, no una mercancía” (LS 67). Todo lo creado tiene valor en sí mismo y está destinado al bien común. Cuando la tierra se explota sin respeto o cuando el campesino no recibe lo justo por su trabajo, se rompe ese orden de justicia querido por Dios.

El Papa León XIV ha recalcado que la justicia es el pilar de toda sociedad. Sin ella, un Estado no puede subsistir y el bien común está en peligro: “El mal no solo debe sancionarse, sino también repararse, y para ello es necesaria una mirada profunda hacia el bien de las personas y el bien común” (Discurso por la Jubileo de los trabajadores por la justicia).

Así pues, el campo mexicano está gritando con fuerza. Los bloqueos carreteros no son solo una protesta, son un clamor por dignidad.

La Iglesia, aliada del campo

 

El conflicto del maíz no es sólo económico, es profundamente espiritual. Detrás de los precios injustos hay un drama moral: la indiferencia social ante quien siembra, cuida y cosecha el pan de cada día.

Hoy más que nunca la Iglesia invita a todos -autoridades, empresarios, ciudadanos- a reconocer el valor del campo mexicano y a construir una economía que ponga en el centro a la persona, no al lucro.

“La exigencia de precios justos que permitan una vida digna no es un capricho, sino una demanda legítima que encuentra eco en la enseñanza social de la Iglesia. El campo mexicano que alimenta a nuestra nación, merece ser atendido con justicia y prontitud”.

Recordemos, el maíz, fruto de la tierra y del trabajo humano, es también símbolo del esfuerzo del hombre, del pan que se parte como comunión entre las personas.

El campo mexicano no necesita sólo subsidios: necesita esperanza, justicia y oración.

Allí donde una semilla se entierra, Dios trabaja en silencio pues, cuando el pueblo escucha el clamor del campesino, la fe florece en frutos de fraternidad.