Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
La esperanza del Jubileo nace de las sorpresas de Dios. Dios es diferente a como estamos acostumbrados a ser. El Año Jubilar nos impulsa a reconocer esta diversidad y a plasmarla en nuestra vida cotidiana. Por eso es un Año de gracia: ¡podemos cambiar! Siempre pedimos esto cuando rezamos el Padre Nuestro y decimos: «En la tierra como en el cielo».
San Pablo escribe a los cristianos de Corinto, invitándolos a comprender que, entre ellos, la tierra ya ha comenzado a asemejarse al cielo. Les dice que reflexionen sobre su vocación y vean cómo Dios ha reunido a personas que, de otro modo, jamás se habrían conocido.
Los más humildes y menos poderosos se han vuelto ahora preciosos e importantes (cf. 1 Cor 1,26-27). Los criterios de Dios, que siempre parten de los más pequeños, son ya en Corinto un «terremoto» que no destruye, sino que revitaliza el mundo. La palabra de la Cruz, de la que Pablo da testimonio, despierta la conciencia y reaviva la dignidad de cada persona.
Se llama Isidoro Bakanja y, desde 1994, es beatificado y patrono de los laicos en el Congo.
Nacido en 1885, cuando su país era colonia belga, no fue a la escuela porque no había ninguna en su ciudad, sino que se convirtió en aprendiz de albañil. Entabló amistad con los misioneros católicos, los monjes trapenses: le hablaron de Jesús y, alrededor de los veinte años, aceptó la instrucción cristiana y recibió el bautismo.
Desde ese momento, su testimonio se hizo cada vez más luminoso. Tener esperanza es dar testimonio: cuando damos testimonio de la vida nueva, la luz crece incluso en medio de las dificultades.
Isidoro, en efecto, se encuentra trabajando como jornalero para un amo europeo sin escrúpulos, quien no soporta su fe ni su autenticidad. El amo odiaba el cristianismo y a los misioneros que defendían a los indígenas de los abusos de los colonizadores, pero Isidoro llevará su escapulario con la imagen de la Virgen María hasta el final, soportando toda clase de maltratos y torturas, sin perder la esperanza.
Esta, queridos hermanos y hermanas, es la palabra de la Cruz. Es una palabra viva que rompe las cadenas del mal. Es una nueva fuerza que desconcierta a los orgullosos y derroca a los poderosos de sus tronos. Así nace la esperanza.
A menudo, las antiguas Iglesias del Norte global reciben este testimonio de las Iglesias jóvenes, lo que las impulsa a caminar juntas hacia el Reino de Dios, un Reino de justicia y paz. África, en particular, clama por esta conversión, y lo hace dándonos tantos jóvenes testigos de fe. Esperar es dar testimonio de que la tierra puede asemejarse verdaderamente al cielo. Y este es el mensaje del Jubileo.
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Fuente: ACI Prensa














