Ante cientos de peregrinos en la plaza de San Pedro, el Pontífice invitó a contemplar «el misterio de unidad y de comunión con la Iglesia de Roma, llamada a ser la madre que cuida con esmero la fe y el camino de los cristianos de todo el mundo”.
Al referirse a la catedral del Papa, León XIV subrayó que “la Catedral de la Diócesis de Roma y sede del Sucesor de Pedro, como sabemos, no sólo es una obra de extraordinaria importancia histórica, artística y religiosa, sino que también representa la fuerza motriz de la fe confiada y custodiada por los apóstoles y su transmisión a lo largo de la historia”.
El Papa destacó además el significado espiritual de su esplendor que alberga las «doce grandes estatuas de los apóstoles, primeros seguidores de Cristo y testigos del Evangelio”. Sin embargo, advirtió que “esto exige una mirada espiritual que nos ayude a ver más allá de las apariencias externas, para comprender en el misterio de la Iglesia mucho más que un simple lugar, un espacio físico, una construcción hecha de piedras”.
Comentando el Evangelio de San Juan, León XIV recordó que “el verdadero santuario de Dios es Cristo muerto y resucitado». «Él es el único mediador de la salvación, el único Redentor, Aquél que, al unirse a nuestra humanidad y transformarnos con su amor, representa la puerta que se abre de par en par para nosotros y nos conduce al Padre”, aseveró.
El Papa explicó que esta unión con Cristo convierte a los fieles en parte viva de su Iglesia: “Unidos a Él, también nosotros somos piedras vivas de este edificio espiritual. Somos la Iglesia de Cristo, su cuerpo, sus miembros llamados a difundir su Evangelio de misericordia, consuelo y paz por todo el mundo, mediante esa adoración espiritual que debe resplandecer por encima de todo en nuestro testimonio de vida”.
Citó además las palabras de Benedicto XVI para recordar que la santidad de la Iglesia no depende del mérito humano «sino en el don del Señor» que, con «un amor que raya en la paradoja, elige una y otra vez como recipiente de su presencia las manos sucias del hombre”.
Al concluir, León XIV animó a los fieles a vivir con alegría su pertenencia eclesial: “Caminemos, pues, con la alegría de ser el Pueblo santo que Dios ha elegido”, exhortó, e invitó a poner la vida bajo la protección de la Virgen: “Invoquemos a María, Madre de la Iglesia, para que nos ayude a acoger a Cristo y nos acompañe con su intercesión”.














