El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Castagna destacó que «el Adviento contribuye intencionalmente al compromiso de la fe, profesada en el Bautismo».
Corrientes, sábado 6 diciembre (PR/25) — Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó que «Juan prepara, mediante el bautismo penitencial que administra, la llegada del verdadero creador del Bautismo que: regenera e introduce en la Vida Nueva».
«Juan así lo entiende y anuncia: ‘yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que vine detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego'», citó.
«El bautismo de penitencia de Juan es superado cualitativamente por el de Jesús. Gracias a él es posible la santidad de quienes lo han recibido. Basta el consentimiento a lo que el Espíritu se propone realizar, mediante el sacramento celebrado por única vez», sostuvo. El arzobispo destacó que «el Adviento contribuye intencionalmente al compromiso de la fe, profesada en el Bautismo».
Texto de la sugerencia
1. Juan identifica a Jesús. San Juan Bautista identifica a Cristo -uno más entre los hombres- como el Hijo de Dios y perfecto modelo de Quien lo creó como imagen y semejanza suya. Por ello, la misión de Juan es identificarlo, con absoluta fidelidad, ante un pueblo expectante. Es así que «prepara los caminos del Señor», convocando a quienes, conscientes de su estado de pecado, buscan la reconciliación con Dios. Juan es la voz de la Palabra, que llama a la conversión mediante un sendero penitencial. La severidad de su lenguaje crea un estilo ministerial que prepara los corazones para el examen y el cambio de vida. Es preciso escucharlo con honestidad, no como los fariseos y escribas de su tiempo y del nuestro. Como él, fieles a la Verdad, necesitamos hacer del Adviento un Tiempo que favorezca el sinceramiento oportuno y saludable, aunque doloroso. Así lo entiende el Bautista cuando llama al examen y a la penitencia a quienes acuden a él. La humildad lo predispone para la misión -que lo toma por entero- como inequívoca manifestación de una voz destinada a hacer audible la Palabra en medio de las disonancias del mundo. Es consciente de esa misión y no cede a los riesgos persecutorios que lo ponen al borde de la traición o de la muerte. El Precursor de Jesús antecede a su Señor, cuando el cruel Herodes decide su muerte por decapitación. Juan Bautista -fidelísima voz de la Palabra- es modelo del seguidor de Jesús, y enseña a mantener el corazón dispuesto para cuando lo exijan las circunstancias. Juan está alerta a la llegada del Señor, que así conduce a la Verdad y a la Vida, a quienes atrae con su predicación y bautismo de penitencia. El suyo es un comportamiento modélico para los actuales responsables de la evangelización. La docilidad humilde lo conduce a aprender de la Palabra, que él debe cubrir con su poderosa voz. Los actuales creyentes necesitan aprender de Juan. En la intimidad de la oración, y con la mente abierta a la Verdad, se crean las condiciones para entrenar a los actuales Bautistas. Cada cristiano debe encarnar el espíritu del Santo Precursor.
2. Cristo encarna el cambio que cada cristiano debe actualizar. Es tiempo propicio para renovar la conversión. Efecto del encuentro con Quien, por ser la Palabra de Dios, exige iniciar y prolongar el cambio, reclamado por el Evangelio. El Hijo del hombre encarna el cambio. Cada cristiano debe lograrlo hoy, considerando que las tentaciones del desierto constituyen desafíos a la fe que, a partir del Bautismo, ha adoptado. Nuestro Credo no es una formalidad cultural, es un verdadero proyecto de santidad, o de perfección auténticamente humana. Cristo lo realiza: en su relación familiar con el Padre, en su docilidad al Espíritu y en su constante servicio al humilde pueblo que lo sigue y admira. Cuando inicia su ministerio expresa su intención de alternar con los pecadores (todos): «A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mateo 4, 17). Es el Reino que Cristo declara cercano. A partir de su Encarnación, Muerte y Resurrección, el Reino de los Cielos se instala -más que cercano- y se ofrece para ser acogido por todos los hombres de buena voluntad. De allí la exhortación a ser parte viva de ese Reino. La misión de San Juan Bautista es despertar y acompañar la decisión de ser ciudadanos de ese Reino. El ministerio del Bautista está presente y vivo en la Iglesia. Durante los Tiempos fuertes del Calendario Litúrgico, la Iglesia acude a sus orígenes para manifestar y dispensar la gracia que fluye de ese Reino. En la celebración de los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, se produce un estado de santidad que interesa la vida cotidiana de los ciudadanos del Reino. Los santos presentan -en sus vidas virtuosas- las «cartas» que los acreditan como miembros de ese Reino. Al mantenerse fieles al Rey, asistidos por el Divino Espíritu, la santidad siempre corona todo esfuerzo y encuentra expresiones socialmente localizadas. El mundo, tan necesitado de su Salvador, reclama el testimonio de los cristianos, con mucha urgencia. Los legítimos ciudadanos del Reino de los Cielos desarrollan su carisma en el compromiso que los solidariza con sus conciudadanos de la ciudad terrena. Allí está el secreto de la espiritualidad bautismal: ser como Jesús, Hijo del Padre y Hermano de los hombres. Hijo obediente, hasta aceptar la dolorosa misión de morir por sus hermanos pecadores. Por el Bautismo hemos aceptado la muerte como crucifixión y la vida en el mundo como camino a la eterna.
3. Tiempo para recuperar la novedad del Evangelio. El Evangelio -«Buena Nueva» entre las viejas estructuras del pecado- reclama hoy su lugar. No es fácil situarlo cuando todo se le opone, al dominar el pecado la vida ordinaria: sus niveles y enfoques. El Adviento, que ya está iniciado, es una oportunidad inigualable para recuperar la novedad del Evangelio y proyectar la vida temporal de cada hombre y mujer conforme a su espíritu y a sus términos. La Iglesia pone a nuestro servicio la enorme riqueza de la Palabra y de los sacramentos. Es lamentable que se los desaproveche, con una inconciencia, verificable incluso entre quienes se profesan abiertamente cristianos. El propósito, que alienta estas celebraciones, es despertar una conciencia nueva para tiempos nuevos. Será preciso intensificar la predicación y esmerarse en una Liturgia cuidadosamente expresiva del Misterio divino. En Tiempo de Adviento se abre el rico depósito de la fe y se lo ofrece generosamente a quienes desean aprovecharlo. En la celebración del Bautismo, cada bautizado expresa su propósito de profesar el Credo y adoptarlo desde la cotidianidad. Ser creyente es hacer, del contenido de la fe, un verdadero proyecto de vida. Mantener la coherencia entre la fe y la vida es un desafío ineludible. Advertimos las graves dificultades que atraviesan, muchos cristianos, en el mantenimiento de esa coherencia. La fidelidad, que Dios ciertamente merece de todos los hombres y mujeres, crea una sintonía, que el pecado obstaculiza a diario. Para ello, se tendrá que seguir, paso a paso, lo que la Iglesia ofrece en su Liturgia del Adviento, y decidir -o fortalecer- la conversión, mediante un propósito sostenido mediante la oración y la penitencia. San Juan Bautista presta su fuerte voz al anuncio de la Palabra, al examen humilde y sincero, y a la práctica de la Reconciliación y de la Eucaristía. La vida sacramental, tan descuidada en un número lamentable de bautizados, recobra su valor durante este Tiempo Fuerte. La misión de quienes desempeñan el ministerio sagrado es reconducir, mediante los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, hacia un compromiso de fe que ponga a cada bautizado al servicio de la construcción de la «ciudad terrestre». El impulso del espíritu ecuménico que inspira, en la Iglesia, un diálogo reconstructor entre hombres y mujeres, que exhiben valores espirituales similares, aún sin ser parte de la Comunión Católica.
4. El Bautismo de Jesús, y el de Juan. Juan prepara, mediante el bautismo penitencial que administra, la llegada del verdadero creador del Bautismo que: regenera e introduce en la Vida Nueva. Juan así lo entiende y anuncia: «Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que vine detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego» (Mateo 3, 11). El bautismo de penitencia de Juan es superado cualitativamente por el de Jesús. Gracias a él es posible la santidad de quienes lo han recibido. Basta el consentimiento a lo que el Espíritu se propone realizar, mediante el Sacramento celebrado por única vez. El Adviento contribuye intencionalmente al compromiso de la fe, profesada en el Bautismo.
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Fuente: Agencia AICA















