Alejandro Carbajo, CMF

Había de resucitar de entre los muertos

Queridos hermanos, paz y bien.

¡Ha resucitado el Señor! Es para lo que nos hemos estado preparando durante toda la Cuaresma.  Para esto hemos acompañado a Jesús en la Última Cena, en la Cruz y en el sepulcro. Es el final de un camino, y el comienzo de otro, nuevo, lleno de esperanza.

A lo largo de este tiempo, seguramente ha habido momentos buenos y malos. Como siempre en la vida. Incluso ahora, sabiendo el final, nos puede ocurrir lo que le sucedió a María Magdalena y a las mujeres. Cuando estábamos más a gusto con Jesús, se nos muere. Parece el final del camino. Pero sólo lo parece. No lo es. Perdemos la esperanza, la ilusión, porque únicamente vemos la tumba vacía. Y en las tumbas, generalmente, huele mal.

El peso de la losa también abate la certeza de que somos buenos, de que merecemos la pena. La piedra nos aplasta la autoestima. Nos dan ganas de llorar, porque hemos sido cobardes, porque nos hemos dejado quitar al Señor, por no haber vivido cada momento, por haber perdido el tiempo y no haber disfrutado más de la amistad con el Señor. Nos preguntamos, como las mujeres, “¿quién nos quitará la losa del sepulcro?”, ¿Quién nos resolverá los problemas?

Pues la celebración de hoy nos recuerda que no tenemos nada que hacer en el sepulcro, que no hay que llorar más, porque todo es nuevo. Los hechos que recuerda Pedro en la primera lectura no fueron meras imaginaciones. Ocurrieron de verdad. Y la resurrección confirmó esas palabras y esos hechos de Jesús. Ya no queda espacio para la pena, porque Dios nos sonríe, por medio de Cristo, el Resucitado. Al final, todo se coloca en su lugar. La tristeza del Viernes Santo se torna en alegría. Lo que parecía imposible, lo que se vivía como un fracaso, se convierte en una victoria impensable para el hombre, pero posible para Dios.

Y hoy también se nos recuerda que renace la esperanza, porque Cristo nos la ha devuelto. Todo puede volver a empezar. Y mejorar. Puedes creerlo, porque todos los signos se han cumplido, ya nunca más estarás solo, porque el Señor va contigo, te acompaña y te sostiene, te recuerda que tienes otra oportunidad, y que nada te puede detener. Ni siquiera la muerte.

Es el momento de dar gracias a Dios, porque el pecado es lo único que ha quedado muerto y bien enterrado. Cristo tomó todos los pecados del mundo sobre sus hombros, y con ellos murió. Al volver a la vida, los dejó allí abajo, en el sepulcro. El Padre nos ha perdonado, perdónate tú también. Y perdona a los que te han ofendido. Sé un instrumento de la paz y el perdón de Dios.

Vivimos tiempos difíciles. Es fácil sentir miedo, sobre todo cuando vemos cómo el terrorismo golpea donde menos nos lo esperamos, o las guerras no acaban. Y la enfermedad nos ronda, a nosotros o a nuestros conocidos. Pero en el corazón del creyente no hay lugar para el temor. Porque Dios está con los hombres. Todo lo que nos puede dar miedo, causar temor, lo podemos superar. Ríete de tus miedos, incluso de la muerte, porque te podrán hacer daño, podrás sufrir, pero no podrán contigo. Porque ni la muerte pudo con Cristo. Ya se preocupó Dios de ello. Ya se preocupa Dios por cada uno de nosotros. El amor es lo que tiene. Se te quiere, aunque no lo sientas siempre, aunque creas que no te lo mereces, aunque no lo sepas. Vete y haz tú lo mismo.

Ama, porque el amor te hace inmortal. El amor de Jesús lo hizo eterno. Ama, y los que reciban tu amor serán capaces de resucitar contigo. Vamos a dar testimonio. Alégrate hoy y todos los días. Porque Dios está contigo, y siempre lo estará. No dejes que las malas hierbas arraiguen en tu corazón y en el mundo. Más bien, siembra semillas de amor, semillas de Dios. La misión de Cristo no ha terminado. Comprométete con la causa del Reino. Sé testigo, y deja que el ángel abra el sepulcro de tu corazón para que salga con toda la fuerza el amor.

Los Apóstoles pudieron ser testigos porque compartieron con Él la vida, el camino, el pan y el vino, todo. No se convirtieron en testigos por ser del todo perfectos, sino por esa experiencia de haberse sentido amados por el Señor. Por eso pudieron comunicarla a todos los que andan buscando la Verdad. Nosotros somos de los suyos, por eso estamos aquí. Que sepamos ser también testigos fieles. A pesar de no ser perfectos. Como los Apóstoles. ¡Ha resucitado el Señor!

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

Fuente: Ciudad Redonda