Hoy es lunes de la Octava de Pascua y la Iglesia Católica celebra el ‘Lunes del Ángel’

Hoy es lunes de la Octava de Pascua y la Iglesia Católica celebra el ‘Lunes del Ángel’

Si consideramos por un momento que cada detalle en torno a la Resurrección del Señor está repleto de sentido, no podemos sino darle gracias a Dios, quien envía mensajeros -a sus ángeles- para anunciar las grandezas del plan de salvación. Es a través de ellos como los hombres hemos podido conocer importantes acontecimientos y aspectos de la providencia amorosa del Creador.

La palabra ‘ángel’ procede del latín angĕlus, que a su vez proviene del griego ἄγγελος (ángelos), que quiere decir “mensajero”.

¿Por qué ‘Lunes del Ángel’?

Este día se presta como ocasión propicia para recordar al querido San Juan Pablo II, quien el 4 de abril de 1994, lunes de la Octava de Pascua de aquel año, reflexionó sobre el sentido de esta conmemoración. En su alocución, tras el rezo del Regina Coeli, el Papa Santo dijo:

«¿Por qué se le llama así? Me parece que es acertado ese nombre: ‘Lunes del Ángel’. Conviene dejar un poco de espacio a este ángel, que dijo desde lo más profundo del sepulcro: “Ha resucitado”… Estas palabras —Ha resucitado— eran muy difíciles de pronunciar, de expresar, para una persona humana. También las mujeres que fueron al sepulcro lo encontraron vacío, pero no pudieron decir: Ha resucitado, sólo afirmaron que el sepulcro estaba vacío. El ángel dice más: “No está aquí, ha resucitado”».

«El ángel tomó la palabra y les dijo a las mujeres: “Vosotras no tengáis miedo; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como había dicho. Venid a ver el sitio donde estaba puesto. Marchad enseguida y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis. Mirad que os lo he dicho”» (Mt 28, 5-7).

Mensajeros de la salvación

Es importante recordar que los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Como criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad. Son seres personales e inmortales; carecen de corporalidad y, por estar en presencia de Dios eternamente, superan en perfección a todas las criaturas visibles.

Cristo es el centro y cabeza de los ángeles y estos le obedecen porque aman la voluntad de Dios. Por eso, Dios les encomendó el anuncio de sus designios salvíficos.

Y la Virgen escuchó de boca del ángel: “Alégrate, María”

Desde hoy hasta el final de la cincuentena de Pascua, el día de Pentecostés, se reza la oración del Regina Coeli [Reina del Cielo] en lugar del Ángelus. De manera semejante, vale decir, al concluir el rezo del Santo Rosario, podemos reemplazar la Salve por esta misma oración.

En el año 2009, el Papa Benedicto XVI recordaba que el “Alégrate, María” pronunciado por el ángel resuena como una invitación a la alegría: “Gaude et laetare, Virgo Maria, alleluia, quia surrexit Dominus vere, alleluia”, es decir: “Alégrate y regocíjate, Virgen María, aleluya, porque verdaderamente el Señor ha resucitado, aleluya”.

Regina Coeli

Reina del cielo alégrate; aleluya.
Porque el Señor a quien has merecido llevar; aleluya.
Ha resucitado según su palabra; aleluya.
Ruega al Señor por nosotros; aleluya.
Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.
Porque verdaderamente ha resucitado el Señor; aleluya.

Oremos

Oh Dios, que en la gloriosa resurrección de tu Hijo has devuelto la alegría al mundo entero, por intercesión de la Virgen María, concédenos disfrutar de la alegría de la vida eterna. Por Cristo, Nuestro Señor. Amén.

Primicias Rurales
Fuente: ACI Prensa

 

Domingo de Pascua, domingo de Resurrección

Domingo de Pascua, domingo de Resurrección

Alejandro Carbajo, CMF

Había de resucitar de entre los muertos

Queridos hermanos, paz y bien.

¡Ha resucitado el Señor! Es para lo que nos hemos estado preparando durante toda la Cuaresma.  Para esto hemos acompañado a Jesús en la Última Cena, en la Cruz y en el sepulcro. Es el final de un camino, y el comienzo de otro, nuevo, lleno de esperanza.

A lo largo de este tiempo, seguramente ha habido momentos buenos y malos. Como siempre en la vida. Incluso ahora, sabiendo el final, nos puede ocurrir lo que le sucedió a María Magdalena y a las mujeres. Cuando estábamos más a gusto con Jesús, se nos muere. Parece el final del camino. Pero sólo lo parece. No lo es. Perdemos la esperanza, la ilusión, porque únicamente vemos la tumba vacía. Y en las tumbas, generalmente, huele mal.

El peso de la losa también abate la certeza de que somos buenos, de que merecemos la pena. La piedra nos aplasta la autoestima. Nos dan ganas de llorar, porque hemos sido cobardes, porque nos hemos dejado quitar al Señor, por no haber vivido cada momento, por haber perdido el tiempo y no haber disfrutado más de la amistad con el Señor. Nos preguntamos, como las mujeres, “¿quién nos quitará la losa del sepulcro?”, ¿Quién nos resolverá los problemas?

Pues la celebración de hoy nos recuerda que no tenemos nada que hacer en el sepulcro, que no hay que llorar más, porque todo es nuevo. Los hechos que recuerda Pedro en la primera lectura no fueron meras imaginaciones. Ocurrieron de verdad. Y la resurrección confirmó esas palabras y esos hechos de Jesús. Ya no queda espacio para la pena, porque Dios nos sonríe, por medio de Cristo, el Resucitado. Al final, todo se coloca en su lugar. La tristeza del Viernes Santo se torna en alegría. Lo que parecía imposible, lo que se vivía como un fracaso, se convierte en una victoria impensable para el hombre, pero posible para Dios.

Y hoy también se nos recuerda que renace la esperanza, porque Cristo nos la ha devuelto. Todo puede volver a empezar. Y mejorar. Puedes creerlo, porque todos los signos se han cumplido, ya nunca más estarás solo, porque el Señor va contigo, te acompaña y te sostiene, te recuerda que tienes otra oportunidad, y que nada te puede detener. Ni siquiera la muerte.

Es el momento de dar gracias a Dios, porque el pecado es lo único que ha quedado muerto y bien enterrado. Cristo tomó todos los pecados del mundo sobre sus hombros, y con ellos murió. Al volver a la vida, los dejó allí abajo, en el sepulcro. El Padre nos ha perdonado, perdónate tú también. Y perdona a los que te han ofendido. Sé un instrumento de la paz y el perdón de Dios.

Vivimos tiempos difíciles. Es fácil sentir miedo, sobre todo cuando vemos cómo el terrorismo golpea donde menos nos lo esperamos, o las guerras no acaban. Y la enfermedad nos ronda, a nosotros o a nuestros conocidos. Pero en el corazón del creyente no hay lugar para el temor. Porque Dios está con los hombres. Todo lo que nos puede dar miedo, causar temor, lo podemos superar. Ríete de tus miedos, incluso de la muerte, porque te podrán hacer daño, podrás sufrir, pero no podrán contigo. Porque ni la muerte pudo con Cristo. Ya se preocupó Dios de ello. Ya se preocupa Dios por cada uno de nosotros. El amor es lo que tiene. Se te quiere, aunque no lo sientas siempre, aunque creas que no te lo mereces, aunque no lo sepas. Vete y haz tú lo mismo.

Ama, porque el amor te hace inmortal. El amor de Jesús lo hizo eterno. Ama, y los que reciban tu amor serán capaces de resucitar contigo. Vamos a dar testimonio. Alégrate hoy y todos los días. Porque Dios está contigo, y siempre lo estará. No dejes que las malas hierbas arraiguen en tu corazón y en el mundo. Más bien, siembra semillas de amor, semillas de Dios. La misión de Cristo no ha terminado. Comprométete con la causa del Reino. Sé testigo, y deja que el ángel abra el sepulcro de tu corazón para que salga con toda la fuerza el amor.

Los Apóstoles pudieron ser testigos porque compartieron con Él la vida, el camino, el pan y el vino, todo. No se convirtieron en testigos por ser del todo perfectos, sino por esa experiencia de haberse sentido amados por el Señor. Por eso pudieron comunicarla a todos los que andan buscando la Verdad. Nosotros somos de los suyos, por eso estamos aquí. Que sepamos ser también testigos fieles. A pesar de no ser perfectos. Como los Apóstoles. ¡Ha resucitado el Señor!

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

Fuente: Ciudad Redonda

 

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó.

Evangelio

Evangelio según san Juan (20,1-9), del domingo, 31 de marzo de 2024

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9):

EL primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

Fuente: Ciudad Redonda

Hoy es Sábado Santo, el día en que todos perdieron la fe salvo María, la Madre de Dios

Hoy es Sábado Santo, el día en que todos perdieron la fe salvo María, la Madre de Dios

Jesús desciende al abismo y un profundo silencio envuelve la tierra

En el año 2010, el Papa Benedicto XVI se refería al Sábado Santo como “el día del ocultamiento de Dios” al comentar un antiguo texto de la tradición sobre las horas posteriores a la muerte del Reconciliador. Decía el Papa: «El Sábado Santo es el día del ocultamiento de Dios, como se lee en una antigua homilía [cuyo autor se desconoce]: “¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad, porque el Rey duerme (…) Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción a los infiernos” (Homilía sobre el Sábado Santo: PG 43, 439)».

Estas palabras evocan aquello que repetimos en el Credo cuando profesamos que Jesucristo “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos”.

Creer que Cristo “descendió a los infiernos” tiene un profundo significado. El Señor ha llevado su amor a niveles impensables: por su muerte ha penetrado la soledad más absoluta en la lejanía más extrema. Desde aquel primer Sábado Santo de la historia sabemos que no hay nada que pueda escapar al amor de Dios; en la más profunda tiniebla ha brillado la Luz de Cristo.

María, Madre de la esperanza, nos enseña a confiar

En ese momento, cuando Dios se ha retirado del mundo y todo es desolación, María sigue confiando en las promesas de su Hijo y conserva la esperanza en el interior. Si todos le han dado la espalda al Hijo o son presa del temor, Ella no. María seguirá de pie, esperando en Él.

La Virgen ha sido toda su vida “Madre de la espera paciente”, y hoy no será la excepción. No hay duda de que su dolor es “inmenso como el mar”, como canta un antiguo poema, pero tampoco hay espacio para dudar sobre su fe: la Virgen mantuvo viva la llama de la confianza en medio de la tempestad.

El P. Juan José Paniagua, colaborador de ACI Prensa, en una de sus reflexiones sobre el Sábado Santo recordaba que muchos de los seguidores de Jesús -amigos, discípulos, apóstoles- se desilusionaron porque creían que él iba a ser el “gran Mesías” de Israel: un guerrero que los liberaría del dominio romano con puño de hierro y un ejército numeroso. Al ver que Cristo se dejó crucificar y murió, muchos quedaron tristes y desilusionados.

“Jesús fracasó, volvamos a nuestras tareas ordinarias”, pensarían los discípulos que iban camino de Emaús. Y es que en el grupo más cercano a Jesús -a excepción de María, Juan y algunas mujeres- era presa del pánico y se hallaban escondidos.

Aún más: incluso entre aquellas mujeres que estuvieron al pie de la Cruz acompañando a la Madre se daba por muerto al Maestro; y muerto quería decir final. Como se sabe, ellas acudieron a embalsamar el cuerpo del Señor, algo que sólo era concebible si está la convicción de que todo ha terminado -u olvidaron la promesa de la resurrección de Cristo, o, lo que sería peor, recordándola, no le dieron el debido crédito-.

¡Qué contraste con la Virgen!, la única mujer que no se dejó abatir por el desaliento, que no dudó. ¡Bendita sea la Madre de Dios! ¡Ella se mantuvo firme!

Eso lo cambia todo. Hoy es “el día del ocultamiento de Dios”, cierto, pero al mismo tiempo es la “hora de María”, la hora de la fe.

Bienaventurados los que creen sin haber visto (Jn 20, 29)

Quizás sea la falta de fe lo que explique por qué, cuando las mujeres encontraron el sepulcro vacío, “estaban desconcertadas”, “llenas de temor” (Cfr. Lc 24, 4-5). No entendían por qué no estaba el cuerpo de Jesús donde lo habían dejado. Dice el relato de San Juan: “Y le dijeron [los ángeles]: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” (Jn 20, 13). Sólo cuando ven a Cristo aparecer, creen.

La Virgen María, en cambio, no fue al sepulcro porque conservaba intactas la fe y la esperanza. Ella sí había conservado la palabra de Dios en lo profundo del corazón, aferrándose a ésta. No estaba desilusionada, ni asustada, ni desconfiaba. La Madre confió y esperó la resurrección del Hijo. ¡Bendita tú entre las mujeres!

Primicias Rurales

Fuente: ACI Prensa

¿Qué es la Vigilia Pascual y en qué se diferencia del Domingo de Resurrección?

¿Qué es la Vigilia Pascual y en qué se diferencia del Domingo de Resurrección?

El P. Donato Jiménez, miembro y colaborador de la Enciclopedia Católica, explicó a ACI Prensa la diferencia entre ambos.

En el Domingo de Resurrección la liturgia “es prácticamente igual a la que celebramos en la vigilia del Sábado Santo. Lo que pasa es que en la vigilia del Sábado Santo se hace de noche y la mayor parte de los fieles no puede asistir”.

Indicó que al día siguiente ocurre “lo mismo, pero como cada domingo, para todos los fieles se celebra la Eucaristía de la Resurrección. La hemos celebrado en la Vigilia, pero como en ella no han estado todos los cristianos del mundo, entonces en el domingo tienen la oportunidad y la necesidad de participar gozosamente del hecho de la Resurrección”.

En la Vigilia Pascual se participa del júbilo por la Resurrección de Jesucristo, escuchando las 7 lecturas y con una ceremonia litúrgica extendida; mientras que en el domingo se oficia la Eucaristía de la Resurrección con el mismo gozo que en la Vigilia, aunque en Misa dominical.

La Pascua de Resurrección durará 50 días hasta la celebración de Pentecostés.

“¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado”

“¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado”

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 16, 1-7

 

Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:
– «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?»

Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande.

Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo:

– «No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron.

Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo.»