Buenos Aires, sábado 13 diciembre (PR/25) — Con el inicio del Adviento, la Iglesia católica inaugura un nuevo año litúrgico y propone a los fieles cuatro semanas de preparación espiritual para la Navidad. Lejos de ser sólo una antesala festiva, este tiempo litúrgico invita a la espera vigilante, la conversión interior y la esperanza activa, en torno al misterio del nacimiento de Jesús.
“El Adviento es un tiempo de vigilancia, de esperanza y de conversión interior”, señalaba san Juan Pablo II, sintetizando el sentido profundo de este período. En la misma línea, san Agustín advertía: “Temamos que el Señor pase y no lo reconozcamos. El Adviento es el tiempo de despertar el corazón”.
Un tiempo que abre el año litúrgico
El Adviento comienza con las primeras vísperas del domingo más próximo al 30 de noviembre y se extiende hasta las primeras vísperas del 25 de diciembre. Comprende cuatro domingos y marca el inicio del año litúrgico, en el que la Iglesia recorre los principales acontecimientos de la vida de Jesucristo y de la historia de la salvación.
Durante estas cuatro semanas, el calendario litúrgico se divide en dos momentos. El primero, hasta el 16 de diciembre, orienta la mirada hacia la segunda venida de Cristo. El segundo, del 17 al 24 de diciembre, prepara de manera más inmediata la celebración de la Navidad.
“El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro”, explicó el papa Francisco. “Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos”.
San Bernardo de Claraval profundizó esta idea al hablar de las distintas formas de la presencia de Cristo: “Hay tres venidas del Señor: en la carne, en el alma y en la gloria. En el Adviento nos preparamos para acogerlo en el corazón”.
Esperar también es convertirse
La espera que propone el Adviento no es pasiva. Se trata de un tiempo de conversión personal, en el que la liturgia invita a revisar la propia vida y a renovar la relación con Dios. La figura de san Juan Bautista ocupa aquí un lugar central, como voz que llama a preparar el camino del Señor.
“Si queremos celebrar dignamente la Navidad, debemos purificar primero nuestra conciencia”, advertía san Carlos Borromeo, subrayando que la preparación espiritual es inseparable del sentido auténtico de la fiesta.
El papa Francisco retomó esta enseñanza al recordar que la conversión implica “el dolor de los pecados cometidos, el deseo de liberarse de ellos y el propósito de excluirlos para siempre de la propia vida”.
María, modelo de espera y humildad
En el Adviento, la Iglesia contempla de modo especial a la Virgen María, figura central de este tiempo litúrgico. Su actitud de escucha, humildad y disponibilidad ante el anuncio del ángel se presenta como modelo para los creyentes.
San Josemaría Escrivá lo expresó al inicio del año litúrgico: “Pedimos al Señor que nos guíe, que nos muestre sus pisadas, para que podamos dirigirnos a la plenitud de sus mandamientos, que es la caridad”. Al meditar el misterio de la Visitación, subrayaba además cómo la humildad de María se derrama en el Magníficat y se convierte en una invitación concreta para la vida cristiana.
La Navidad, un Dios que se hace cercano
La espera del Adviento culmina en la Navidad, celebración del nacimiento de Jesús en la humildad de un pesebre. A lo largo de la historia, los santos han insistido en el profundo significado de este misterio.
“Cristiano, reconoce tu dignidad: Dios ha nacido hombre para que el hombre vuelva a Dios”, proclamaba san León Magno. San Francisco de Asís, impulsor de la tradición del pesebre, lo expresaba con sencillez: “Dios se hizo pequeño para que nadie tenga miedo de acercarse a Él”.
Santa Teresa de Calcuta recordaba que el sentido de esta fiesta no es sólo exterior: “La Navidad no es un acontecimiento exterior, sino algo que sucede en el interior del corazón”. En la misma línea, san Josemaría Escrivá afirmaba: “Dios ha querido hacerse niño para enseñarnos a amar sin condiciones”.
El Niño Jesús y la lógica de la humildad
El nacimiento de Jesús revela una lógica distinta a la del poder y la grandeza. En el pesebre, Dios se manifiesta en la fragilidad y la pobreza.
“El amor de Dios se hizo visible en un pesebre”, escribió san Alfonso María de Ligorio. San Vicente de Paúl añadía que “el Hijo de Dios eligió la pobreza para enseñarnos dónde está la verdadera riqueza”.
Santa Teresita del Niño Jesús resumió esta espiritualidad con una frase que atraviesa generaciones: “Amar es hacerse pequeño, es confiar como un niño en los brazos del Padre”.
Un mensaje vigente para el presente
Más allá de las tradiciones y costumbres propias de estas semanas, el Adviento y la Navidad siguen interpelando al mundo actual.
“La Navidad nos recuerda que Dios no permanece lejano: entra en la historia y camina con nosotros”, señaló Benedicto XVI.
San Pablo VI lo definió como “el misterio de un Dios que se hace cercano y nos invita a la esperanza”.
Así, el Adviento se presenta como una oportunidad para detenerse, mirar hacia adentro y preparar el corazón para una Navidad que no sea sólo un recuerdo del pasado, sino una experiencia viva de fe, esperanza y renovación espiritual.
Imagen referencial del Papa León XIV en la plaza de San Pedro esta Navidad | Crédito: Vatican Media
Por Almudena Martínez-Bordiú
Ciudad del Vaticano, sábado 13 diciembre (PR/25) — El Papa León XIV ha respondido a la carta de un psicólogo italiano en la que reflexiona sobre el significado de la Navidad, una ocasión para saciar la sed que los jóvenes tienen de Cristo y hacer frente a la fatiga de cotidianidad.
Para Antonio, un psicólogo de 40 años de la provincia de Salerno, su trabajo no es sólo una profesión, sino también una vocación. Así se lo explicó al Santo Padre en una sincera carta publicada en la revista Piazza San Pietro ante la llegada de la Navidad.
El italiano reflexiona en la misiva sobre el “cansancio existencial” que ve en los adolescentes y jóvenes a los que atiende, manifestada muchas veces “en una búsqueda febril de ser reconocidos”. Sin embargo, afirma que en ellos ha sabido reconocer “la infinidad de Dios”.
Para Antonio, la Navidad es sobre todo “hogar, buscar la belleza, la luz, retomar el aliento” ante los rostros cansados y el “ritmo antinatural y deshumano que hace que jóvenes y adultos estén siempre cansados y nunca saciados”.
Asegura con esperanza que en situaciones dramáticas “el amor salva siempre” y que la Navidad “puede enseñarnos a atravesar el corazón de todos y de cada uno”.
En su respuesta el Papa León XIV coincide con el psicólogo sobre la necesidad de encontrar a Cristo que tienen los jóvenes, lo que puede reforzarse con la “simplicidad y la alegría” del testimonio.
El Papa anima al italiano a no cansarse nunca de ser luz durante esta Navidad, evitando el “shopping dopante” que no busca la verdad y la belleza, que es el nacimiento de Jesús, quien puede inspirarnos “en su pequeñez, humildad y solidaridad”.
Para el Santo Padre, el regalo “más bello” es acoger la pobreza, y por eso exhorta al italiano a invitar a la cena de Navidad a una familia con necesidades o a una persona que está atravesando alguna dificultad en soledad.
El Papa León XIV anima también a escuchar “el grito de los pobres” no solamente en Navidad, y propone el ejemplo de San John Henry Newman, Doctor de la Iglesia, para ser luz y orientación para los jóvenes y transformar cada realidad educativa en escuelas de diálogo y de paz.
En su homilía durante la Santa Misa con ocasión de la Fiesta de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, que presidió ayer a la tarde en la Basílica de San Pedro, el Pontífice elevó una súplica a la Virgen, encomendándole las naciones, los gobernantes, los jóvenes, los que se han alejado de la Iglesia y las familias.
Por Alvaro Vargas Martino –
Papa
Ciudad del Vaticano, sábado 13 diciembre (PR/25) — “En medio de conflictos que no cesan, injusticias y dolores que buscan alivio, María de Guadalupe proclama el núcleo de su mensaje: «¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?». Es la voz que hace resonar la promesa de la fidelidad divina, la presencia que sostiene cuando la vida se vuelve insoportable”, recalcó el Papa León XIV en su homilía durante la Santa Misa con ocasión de la Fiesta de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, que presidió esta tarde en la Basílica de San Pedro.
El Papa subrayó que la maternidad que María declara nos hace descubrirnos hijos, pues quien escucha “yo soy tu madre” recuerda que, desde la cruz, al «aquí tienes a tu madre» corresponde el «aquí tienes a tu hijo». “Y como hijos, nos dirigiremos a ella para preguntarle: ‘Madre, ¿qué debemos hacer para ser los hijos que tu corazón desea?’”, dijo el Santo Padre, recordando que ella, fiel a su misión, con ternura nos dirá: «Hagan lo que Él les diga».
Papa
“Sí, Madre, queremos ser auténticos hijos tuyos: dinos cómo avanzar en la fe cuando las fuerzas decaen y crecen las sombras. Haznos comprender que contigo, incluso el invierno se convierte en tiempo de rosas”, pidió el Pontífice, quien elevó una súplica a la Virgen, encomendándole las naciones, los gobernantes, los jóvenes, los que se han alejado de la Iglesia y las familias.
“Como hijo te pido: Madre, enseña a las naciones que quieren ser hijas tuyas a no dividir el mundo en bandos irreconciliables, a no permitir que el odio marque su historia ni que la mentira escriba su memoria”, dijo el Papa, pidiéndole que les muestre que la autoridad “ha de ser ejercida como servicio y no como dominio”, que instruya a sus gobernantes en su “deber de custodiar la dignidad de cada persona en todas las fases de su vida” y que haga de esos pueblos “lugares donde cada persona pueda sentirse bienvenida”.
El Santo Padre también le pidió a María que acompañe a los más jóvenes, para que obtengan de Cristo la fuerza para elegir el bien y el valor para mantenerse firmes en la fe, “aunque el mundo los empuje en otra dirección”, mostrándoles que su Hijo camina a su lado, para que nada aflija su corazón y “puedan acoger sin miedo los planes de Dios”, y le rogó que aparte de ellos “las amenazas del crimen, de las adicciones y del peligro de una vida sin sentido”.
Elevando oraciones por los que se han alejado de la Iglesia, el Pontífice le pidió a la Virgen que su mirada “los alcance donde no llega la nuestra”, que derribe “los muros que nos separan” y los traiga “de vuelta a casa” con la fuerza de su amor. Y también le suplicó que incline el corazón de “quienes siembran discordia” hacia el deseo de su Hijo de que «todos sean uno» y los restaure en la caridad que hace posible la comunión: “Dentro de la Iglesia, Madre, tus hijos no podemos estar divididos”.
El Papa le rogó a María que fortalezca a las familias para que, siguiendo su ejemplo, los padres “eduquen con ternura y firmeza, de modo que cada hogar sea escuela de fe”, que inspire a quienes forman mentes y corazones para que “transmitan la verdad con la dulzura, precisión, y claridad que nace del Evangelio”, y que aliente a los que su Hijo “ha llamado a seguirlo más de cerca: “Sostén al clero y a la vida consagrada en la fidelidad diaria y renueva su amor primero. Guarda su interioridad en la oración, protégelos en la tentación, anímalos en el cansancio y socorre a los abatidos”.
“Virgen Santa, que, como tú, conservemos el Evangelio en nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que, aunque destinatarios, no somos dueños de este mensaje, sino que, como san Juan Diego, somos sus simples servidores”, le pidió León XIV, quien concluyó su homilía encomendándole su ministerio, para que “confirme en el único camino que conduce al Fruto bendito” de su vientre, a cuantos le fueron confiados: “Recuerda a este hijo tuyo, «a quien Cristo confió las llaves del Reino de los cielos para el bien de todos», que esas llaves sirvan «para atar y desatar y para redimir toda miseria humana»”.
El año está por concluir y la mejor manera de cerrarlo es con una buena actitud ante las actividades cotidianas que durante el año nos generaron estrés y ansiedad –
España, sábado 13 diciembre (PR/25) — Diciembre llega siempre con brillo… pero también con prisas. Entre compromisos, cierres y expectativas, muchas personas terminan el año sintiéndose más cansadas. Sin embargo, este tiempo puede convertirse en una invitación a bajar el ritmo y volver a lo esencial. En este artículo veremos prácticas sencillas para manejar el estrés y cerrar el año con más paz.
Reconocer las situaciones de agotamiento
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Antes de que concluya el año, puedes detenerte unos minutos para reflexionar sobre aquellas situaciones que te mantienen en estado de alerta y que te producen cansancio.
Algunas señales prácticas que puedes notar son: irritabilidad, dispersión, sensación de correr sin avanzar, rezar mecanicamente. Realiza este pequeño ejercicio de pausa: 1 minuto para identificar dónde se siente el cansancio (cuerpo, mente, corazón).
También detecta lo siguiente: ¿Qué tipo de agotamiento te parece más común hoy: físico, mental o emocional? (Elige uno para priorizarlo.) Aquí te mostramos algunas maneras en las que puedes cerrar el año librarte del estrés y de cualquier otro mal
1Reducir ruido y carga interior
Principalmente puedes comenzar a identificar aquello que te atormenta, pero que puedes delegar o incluso tomar con calma. Ya que también es necesario tomar un descanso de todo para poder pasar estas últimas semanas del año con tus seres queridos.
Al ser un mes muy ocupado, también podemos saturarnos de muchas cosas, posadas, eventos, apostolados, trabajo, etc. Por lo que es una buena oportunidad para saber decir «no» sin culpa y con libertad si sientes que algo te satura de más.
2Crea un espacio de silencio
Estamos tan acostumbrados al ruido en todos los sentidos, desde el ruido de la ciudad, hasta el ruido de la televisión, música, etc. Sin olvidar el ruido mental, por lo que nos cuesta tanto apagar esos ruidos externos para poder también apagar nuestro ruido mental y darle un descanso a nuestra vida. Dedica por lo menos un «mini- silencio» diario de 2 a 3 minutos y dale calma a tu mente, alma y cuerpo.
3Micro-prácticas de descanso y oración
Esto te ayudará a tranquilizar tu día y a su vez encomendarte a Dios, puedes aprovechar y repetir alguna jaculatoria que te ayude a centrarte y evitar que tu mente siga dispersa, puedes repetir: «Jesús, en ti descanso», «Señor, dame tu paz», «Jesús, en ti confío». Puedes repetir estas jaculatorias mientras caminas y respiras profundamente.
4Haz un cierre de año
Comienza preguntándote:¿qué quieres llevar contigo el próximo año? Luego puedes anotarlo en una libreta, de modo que lo tengas presente durante tu próximo año y esforzarse por lograrlo. Así como estrategias que puedes seguir para lograr tus objetivos.
Si quieres aumentar tu fe, puedes comenzar buscando a un guía espiritual que te ayude a mantener tu espiritualidad. Así sucesivamente con cada meta.
5Agradece a Dios por el año vivido
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Haz un espacio para visitar al Santísimo y da gracias a Dios por todo lo que consideres importante, desde los logros, hasta los momentos de retos que dejaron aprendizajes.
Puedes empezar así tu oración: «Gracias, Señor, por este año, por lo que me enseñaste y por la esperanza que haz sembrado en mí».
Si te sirve, puedes anotarlo y dejarlo plasmado en tu diario espiritual, escribiendo así una carta a Dios.
A pesar de la rutina, aprovecha esta oportunidad de cerrar el año con gestos de gratitud y esperanza, abrimos el corazón a un nuevo comienzo, confiando en que cada día es una oportunidad para crecer en bienestar y en fe.
Responder a esta pregunta implica revisar los múltiples rasgos biológicos y culturales que definieron al género Homo a lo largo de millones de años.
Buenos Aires, viernes 12 diciembre (PR/25) — Desde la ciencia, el proceso evolutivo muestra una gradual adquisición de características que distinguieron a nuestros antepasados; desde la fe cristiana, este camino natural no contradice la afirmación central de que el ser humano posee una dignidad única, porque cada persona es creada por Dios y dotada de un alma espiritual.
El camino evolutivo
El primer gran paso en nuestra historia biológica fue el bipedismo. Los primeros miembros de nuestra línea evolutiva caminaron erguidos, lo que transformó profundamente la pelvis y los pies, liberó las manos y abrió la posibilidad al uso sistemático de herramientas.
Otro rasgo decisivo fue el crecimiento del cerebro. Con el tiempo, la capacidad encefálica aumentó notablemente, favoreciendo habilidades como la planificación, la resolución de problemas y, más tarde, el lenguaje.
La dieta omnívora también fue crucial. El mayor aporte de grasas y proteínas provenientes de la carne permitió un desarrollo cerebral más rápido y una mayor capacidad de adaptación a distintos entornos.
La fabricación de herramientas marcó un punto de inflexión: los primeros humanos dejaron de limitarse a adaptarse al ambiente y comenzaron a modificarlo, inaugurando una relación transformadora entre tecnología y biología.
Todos estos factores confluyeron en un creciente comportamiento social complejo, con cooperación, transmisión de conocimientos y organización grupal.
¿Cuándo surge el género Homo?
La evidencia fósil sitúa al primer representante reconocido del género en Homo habilis, identificado por Louis Leakey en la década de 1970, cuyos restos —asociados a herramientas Olduvayenses— tienen entre 2,4 y 1,4 millones de años.
Sin embargo, descubrimientos recientes indican que la fabricación de herramientas es anterior, lo que sugiere que también especies de Australopithecus o Homo rudolfensis pudieron participar de estos primeros desarrollos tecnológicos.
Los restos de Lucy (Australopithecus afarensis, 3,2 millones de años) demostraron que el bipedismo surgió antes del uso sistemático de herramientas.
Hallazgos aún más antiguos —como Orrorin tugenensis y Sahelanthropus tchadensis— empujan el origen del caminar erguido hasta los 6–7 millones de años.
Así, el surgimiento del género Homo hace unos 2,4 millones de años marca el inicio de una etapa donde biología y cultura comienzan a influirse mutuamente de manera decisiva.
La perspectiva de la Iglesia Católica
¿Cómo encaja esta historia evolutiva con la fe?
El Magisterio de la Iglesia, especialmente desde mediados del siglo XX, afirma que la evolución biológica es compatible con la doctrina cristiana, siempre que se reconozcan dos puntos fundamentales:
El alma humana es creada directamente por Dios No surge de procesos materiales o evolutivos. Cada ser humano es único e irrepetible porque posee un alma espiritual infundida por Dios.
La dignidad humana no depende del momento exacto en que apareció el género Homo Sino de que el hombre, en cuanto persona, es creado “a imagen y semejanza de Dios”. La ciencia estudia el cómo del desarrollo corporal; la fe responde al quién y al para qué de nuestra existencia.
San Juan Pablo II expresó que la evolución es “más que una hipótesis” a la luz de la evidencia acumulada, y Francisco ha subrayado que no existe conflicto entre evolución y creación cuando se entiende que Dios actúa a través de procesos naturales.
Un diálogo fecundo
Los descubrimientos paleoantropológicos siguen ampliando nuestro conocimiento sobre cuándo y cómo aparecieron los primeros humanos anatómicamente modernos, pero la Iglesia sostiene que la existencia humana trasciende su dimensión biológica.
La ciencia describe la larga historia de cambios que dieron forma a nuestro cuerpo.
La fe recuerda que, más allá de esos procesos, cada ser humano está llamado a la comunión con Dios, lo que constituye el núcleo de nuestra identidad profunda.
La posición oficial de la Iglesia Católica sobre evolución humana aparece con Humani Generis (Pío XII), Mensaje a la Pontificia Academia de Ciencias (Juan Pablo II, 1996), Comunión y Misión (Benedicto XVI) y el Magisterio actual:
La evolución biológica es compatible con la fe.
El alma humana es creada directamente por Dios y no es producto de procesos biológicos.
La dignidad humana no depende de la biología, sino del hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios.
La ciencia puede describir el “cómo”, no el “por qué” último de nuestra existencia.
El Adviento avanza, y para aprovecharlo bien, meditemos estos cinco pensamientos que nos ayudarán a acercarnos a Jesús que está por nacer en la Navidad
España, viernes 12 diciembre (PR/25) — Santa Teresa de Lisieux, llamada popularmente, Santa Teresita del Niño Jesús, “Pequeña Flor”, es famosa por su vida sencilla y hermosa como monja carmelita. En particular, su profunda autobiografía, Historia de un alma, sigue cautivando los corazones de quienes la leen.
En la raíz de su espiritualidad encontramos una fuerte devoción al Niño Jesús, de donde recibe su “título” principal en la vida religiosa, Santa Teresa del Niño Jesús, y que configuraba todo lo que la santa hacía.
A continuación se recogen unos pocos fragmentos seleccionados de sus escritos para ayudarnos en nuestra preparación espiritual individual para la Navidad, reconociendo nuestra pequeñez y nuestra constante necesidad de la amable misericordia de Jesús.
1Flores para Jesús
«Los días de mi primera comunión han quedado grabados en mi corazón como un recuerdo sin nubes (…) ¿Te acuerdas, Madre querida, del precioso librito que hiciste para mí tres meses antes de mi primera comunión…? Aquel librito me ayudó a preparar metódica y rápidamente mi corazón; pues aunque ya lo venía preparando desde hacía mucho tiempo, era necesario darle un nuevo impulso, llenarlo de flores nuevas para que Jesús pudiese descansar a gusto en él».
2El juguetito del Niño Jesús
«Desde hacía algún tiempo, me había ofrecido al Niño Jesús para ser su juguetito. Le había dicho que no me utilizase como uno de esos juguetes caros que los niños se contentan con mirar sin atreverse a tocarlos, sino como una pelotita sin valor que pudiera tirar al suelo, o pegar con el pie, o abrirla, o dejarla en un rincón, o bien, si le apetecía, estrecharla contra su corazón. En una palabra, quería divertir al Niño Jesús, agradarle, entregarme a sus caprichos infantiles».
3Pequeños sacrificios
«Yo soy un alma muy pequeña que no puede ofrecer a Dios más que cosas muy pequeñas. Es más, con frecuencia me ocurre que dejo escapar algunos de esos pequeños sacrificios que dan al alma tanta paz. Pero eso no me desanima: me resigno a tener un poco menos de paz, y procuro poner más cuidado la próxima vez».
4Imitar a María Magdalena
«Sobre todo, imito la conducta de [María] la Magdalena. Su asombrosa, o, mejor dicho, su amorosa audacia, que cautiva el corazón de Jesús, seduce al mío. Sí, estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto de arrepentimiento, a echarme en brazos de Jesús, pues sé cómo ama al hijo pródigo que vuelve a él».
5Ascensor al cielo
«¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más».