Nov 13, 2025 | Informes Técnicos
Buenos Aires, jueves 13 noviembre (PR/25>) – En una industria que mueve más de 113.000 empleos directos y posiciona a Argentina como el quinto productor mundial de vino, existe una ausencia sorprendente: el rol del microbiólogo. Hasta ahora.
La producción de vino es, fundamentalmente, un proceso microbiológico. Las levaduras transforman el azúcar en alcohol durante la fermentación alcohólica, mientras que las bacterias lácticas suavizan la acidez en la fermentación maloláctica. Estos microorganismos, invisibles al ojo humano pero omnipresentes en cada etapa del proceso, son los verdaderos arquitectos de la calidad, el aroma, la estabilidad y el carácter único de cada vino. En Argentina, si bien los enólogos tradicionalmente han supervisado el universo microbiológico del vino gracias a su alta capacitación en vinificación, la búsqueda de la máxima precisión y calidad impulsa a la industria a integrar y complementar su labor con la especialización profunda en microbiología. Este enfoque científico dedicado potenciará la toma de decisiones del enólogo y la calidad final del producto.
Es así como aparece en escena Germán González Riachi, microbiólogo con origen en Córdoba, egresado de la Universidad Nacional de Río Cuarto y fundador de Ciencia del Vino. Con un enfoque inédito en Argentina, este especialista lidera una transformación integral que ya está en marcha. Su modelo de atención disruptivo es pionero en enfocar la microbiología enológica directamente en las necesidades de producción de las bodegas, sentando las bases para elevar la calidad, la identidad y la sustentabilidad del vino argentino a niveles sin precedentes.
Germán identificó una brecha crítica durante su formación como microbiólogo y su contacto con la industria vitivinícola. En Estados Unidos, por ejemplo, existen más de 14.000 puestos de trabajo específicos para microbiólogos en la industria del vino, con roles como «Wine Microbiologist» y «Microbiology Supervisor» considerados esenciales en las estructuras de producción de bodegas de todos los tamaños. Empresas internacionales como Lallemand Oenology cuentan con equipos completos de microbiólogos especializados que desarrollan soluciones innovadoras desde el viñedo hasta la botella. En Argentina, en cambio, esta figura profesional simplemente no existía.
«Al iniciar mi investigación, identifiqué que la industria operaba sin la información crítica sobre su principal activo: el universo microbiológico. El enólogo es el responsable de definir y conducir el estilo y calidad del vino que se quiere lograr; nuestro trabajo es ser su soporte científico preciso. Nosotros le brindamos los datos críticos en cada punto de la vinificación: desde la vitalidad y el número exacto de levaduras para optimizar la fermentación, hasta la identificación de posibles contaminantes, asegurando la estabilidad microbiológica del vino. Esta precisión elimina las sorpresas, porque cada una de estas decisiones determinará la diferencia entre un vino excepcional o un vino con defectos. La microbiología no es solo un complemento: es el corazón del proceso”, comenta Germán.
La ausencia de microbiólogos especializados en las bodegas argentinas no es meramente una cuestión académica. Tiene consecuencias tangibles y costosas. Las paradas de fermentación, las contaminaciones por microorganismos no deseados y las desviaciones aromáticas son problemas recurrentes que generan pérdidas económicas significativas y comprometen la calidad del producto final. Además, la dependencia de levaduras comerciales genéricas estandariza los perfiles sensoriales de los vinos, silenciando la expresión única del terroir argentino y limitando la capacidad de diferenciación en mercados cada vez más competitivos.
Este enfoque llega en un momento clave para la industria.
El Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) dejó de fiscalizar las etapas intermedias del proceso productivo para concentrarse exclusivamente en el control del producto final.
En el nuevo contexto de mayor autonomía y responsabilidad dentro del sector, la microbiología enológica se posiciona como la disciplina científica fundamental para la excelencia. Es la herramienta que permite a las bodegas elevar sus estándares de calidad, asegurando que el producto final sea el resultado de un monitoreo detallado y preciso en cada etapa, desde el viñedo a la botella.
Para dimensionar el impacto económico de estos problemas microbiológicos, basta con observar el valor en juego en cada tanque de fermentación. Un lote pequeño de 2.000 litros en una bodega boutique puede transformarse en más de 2.600 botellas de vino premium, con un valor potencial superior a USD60.000. En una bodega mediana, un tanque de 5.000 litros de gama media representa alrededor de USD87.000; y en una bodega grande, un tanque de 10.000 litros de vino de alta gama puede superar los USD 300.000 en valor de mercado. Cuando una fermentación se detiene o se desvía, se desvaloriza. En cuestión de días puede perderse hasta un 70% e incluso el 100% del valor del lote, según la gravedad del problema: decenas o cientos de miles de dólares que se esfuman por la falta de un control microbiológico adecuado y oportuno.
«La oportunidad que brinda la microbiología para elevar la calidad del sector vitivinícola argentino es inmensa«, afirma González Riachi con convicción. «No estamos hablando solo de evitar problemas. Estamos hablando de desbloquear el potencial completo de cada viñedo, de cada varietal, de cada bodega. Con un control microbiológico en tiempo real, la precisión científica abarca todo el proceso: En bodega, podemos prevenir fermentaciones problemáticas antes de que ocurran; podemos aislar y seleccionar levaduras nativas que capturen la esencia única de cada terroir; y podemos diseñar perfiles de fermentación que maximicen la complejidad aromática. Aseguramos la estabilidad microbiológica en botella, eliminando reclamos y garantizando que el vino que llega al consumidor sea exactamente el que el enólogo diseñó. Finalmente, este modelo integral se extiende al viñedo, donde podemos desarrollar biofertilizantes y biocontroladores a medida para mejorar la salud del suelo y defender la vid de forma natural, cerrando el ciclo de sustentabilidad y calidad.»
Esta visión del especialista trasciende la atención inmediata. Para asegurar un impacto estructural, está sentando las bases de una red de microbiólogos que estén disponibles para integrarse al trabajo en las bodegas, actuando como aliados estratégicos de enólogos y bodegueros. Esta iniciativa se fortalece con capacitaciones, cursos y formaciones constantes, diseñadas para elevar la calidad del vino argentino y afrontar los desafíos evolutivos de la industria. De esta forma, se garantiza la mejora continua y se construye una nueva cultura de precisión científica en la elaboración.
Para materializar esta visión, González Riachi fundó “Ciencia del Vino”, el primer laboratorio móvil de microbiología enológica de Argentina y Latinoamérica. La propuesta es disruptiva: en lugar de que las bodegas envíen muestras a laboratorios externos y esperen días por resultados que a menudo llegan demasiado tarde, “Ciencia del Vino” lleva el laboratorio directamente a la bodega. Con equipamiento de última generación, incluyendo microscopía de epifluorescencia y espectrofotometría, el equipo realiza análisis microbiológicos in situ y entrega resultados en tiempo real, permitiendo a los productores tomar decisiones informadas en el momento crítico.
Pero la visión de Germán González Riachi va más allá del control de calidad. Uno de los servicios más innovadores de “Ciencia del Vino” es el aislamiento y selección de levaduras nativas propias de cada viñedo o bodega. «Cada viñedo tiene su propia comunidad microbiana, moldeada por el clima, el suelo, las prácticas agrícolas y la historia del lugar», explica. «Esas levaduras nativas son el ADN microbiológico del terroir. Cuando fermentamos con levaduras comerciales genéricas, estamos silenciando esa voz única. Nosotros aislamos, seleccionamos y reproducimos las mejores levaduras nativas de cada productor, lo que no solo garantiza una fermentación eficiente, sino que también aporta una identidad única e irrepetible al vino».
Con su foco exclusivo en la microbiología aplicada a la producción de vino en Argentina, González Riachi es consciente de la responsabilidad que conlleva su rol. «Estoy convencido de que la microbiología es la próxima frontera de la calidad en la vitivinicultura argentina«, afirma. «Hemos avanzado enormemente en viticultura, en enología, en marketing. Pero el universo microbiológico sigue siendo en gran medida inexplorado. Ahí está la oportunidad. Ahí está el potencial para que Argentina no solo sea el quinto productor mundial, sino también un referente global en calidad, identidad y sustentabilidad. Y eso solo se logra con ciencia, con conocimiento, con especialización. Ese es nuestro compromiso con la industria».
Fuente: Lic. Natalia Quintana
Primicias Rurales
Nov 10, 2025 | Informes Técnicos
Por Bruno Ferrari – Emilce Terré de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR)
Rosario, lunes 10 noviembre (PR/25) — La producción agropecuaria en Argentina muestra un crecimiento de largo plazo, aunque en los últimos años la tasa de crecimiento se desaceleró. En este marco, se evidencia un estancamiento en el crecimiento de la productividad que limita el crecimiento.
La evolución de la producción agropecuaria argentina muestra una trayectoria muy positiva si se mira la historia de largo plazo desde comienzos de 1900 hasta la actualidad. En este sentido, factores como la expansión del área agrícola, un mayor uso de insumos y la incorporación de innovaciones que permitieron aumentar la productividad, constituyen aspectos distintivos del sector agroindustrial argentino al analizar el resultado obtenido.
Al considerar específicamente los cultivos extensivos en los últimos 40 años de historia, mientras que la superficie sembrada en Argentina se duplicó desde 1990/91 hasta la actualidad, pasando de sembrarse 20 M ha a poco más de 40 M ha, la producción total aumentó tres veces y media, pasando de 40 Mt a un récord histórico de 141,5 Mt en la campaña 2018/19.
A grandes rasgos, el crecimiento de la producción no provino solo de una expansión del área cultivada y un mayor uso de insumos, sino que una parte del aumento productivo se explica por un salto en la productividad. No obstante, si se centra la mirada en los últimos años, desde el pico histórico de producción en la campaña 2018/19, hace 7 años que no se logra romper dicho récord productivo a pesar de que el área sembrada se incrementó en 4,8 M ha. (BCR, 2025)
En el siguiente gráfico, se muestra la variación porcentual decenal del promedio móvil de 3 años – para suavizar las sequías – de la producción agrícola argentina. Desde comienzos del siglo pasado, el indicador muestra resultados negativos en el crecimiento de la producción de largo plazo en períodos muy específicos que estuvieron afectados por sequías históricas o períodos de cierto estancamiento en crecimientos de rendimientos. Ello, sin contar el período 1943/44 – 1953/54 que se caracterizó por una merma productiva importante debido a que cae el área sembrada por un período sostenido sumado a algunos años puntuales que pudieron estar afectados adicionalmente por sequías.
Entretanto, si se analiza el período más reciente, se registra un crecimiento sostenido en la producción de largo plazo salvo un año puntual a comienzos de la década de 1990, pero que se comienza a desacelerar fuertemente desde comienzos de los 2000 a la fecha. Es más, los últimos ciclos productivos – que estuvieron afectados por varias sequías consecutivas – llevan el indicador a niveles mínimos y cercanos a cero.
En este contexto de análisis, es de interés profundizar sobre los factores que explican el crecimiento de la producción agropecuaria para entender la dinámica histórica y dónde se podría focalizar para seguir potenciando la producción. Por su parte, el Servicio de Investigación Económica del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés) tiene una publicación anual sobre la Productividad Agrícola Internacional, proporcionando datos referidos a los factores que explican el crecimiento en la producción agropecuaria para los distintos países y regiones a nivel mundial desde 1961 hasta la actualidad.
En el siguiente gráfico, se puede observar para Argentina el crecimiento promedio anual por décadas – salvo el último período que incluye 12 años – para el caso de la producción y los factores explicativos. En cuanto a esto último, las fuentes impulsoras del crecimiento de la producción se pueden dividir en:
– Factor tierra: Mide la expansión del uso de tierras equivalentes de cultivo secano (incluye tierras de cultivo de secano, de cultivo de regadío y pastizales) ponderadas por calidad relativa.
– Intensificación del uso de insumos: Mide la variación en el uso de recursos por hectárea para aumentar la producción e incluyendo al factor trabajo, capital y materiales.
– Productividad Total de los Factores (PTF): Mide la eficiencia general con la que los agricultores utilizan los recursos para producir cultivos y ganado.
En los últimos 12 años (2011-22) la producción agropecuaria de argentina creció a una tasa anual promedio de 1,46%, el guarismo más bajo desde la década de 1980 según datos del USDA. Para alcanzar este desempeño fue clave la mayor incorporación de insumos y en menor medida la expansión del factor tierra, mientras que se vislumbró una caída en la productividad que afectó negativamente el resultado final.
Esto último es algo que al menos no se ve desde la década de 1960 hacia adelante, destacando que el indicador cae en 2021 y 2022 afectando el resultado entre puntas.
Más allá de los análisis puntuales, en general la literatura coincide en que se percibe un crecimiento muy limitado de la productividad en el sector agropecuario argentino en los últimos años. Ello, considerando que existen diferencias significativas en el desempeño productivo a nivel de subsectores al comparar la actividad agrícola y pecuaria.
En la década de 1990 buena parte del crecimiento en la producción vino de la mano de un salto en la productividad – debido a la incorporación de innovaciones tecnologías en el sistema productivo – y una mayor utilización de insumos, mientras que en la década de los 2000 el factor con más peso en el crecimiento de la producción fue la expansión del uso del factor tierra y en menor medida la productividad. Por su parte, en los últimos años se desaceleró fuertemente la expansión del uso de la tierra – en línea con límites naturales de mayor uso – al tiempo que el crecimiento de la producción queda cada vez más supeditado a mejoras en la productividad y el mayor uso de insumos (capital, materiales y trabajo).
Si se considera la trayectoria lineal en la evolución de los diferentes inputs para la producción agropecuaria en Argentina, se refleja que el sector se ha convertido en una actividad cada vez más capital-intensiva, debido a la tendencia a la baja en el índice de utilización de mano de obra y el aumento del resto de los factores. Según un estudio de BID (2024), la productividad laboral en el sector agropecuario argentino, entendida como el Valor Bruto de Producción (VBP) por trabajador, sería la más alta de la región.
El punto anterior podría entrar en contradicción con la mirada de que la productividad total de los factores (PTF) está estancada, pero el BID (2025) realiza una diferencia conceptual importante, ya que la PTF mide la eficiencia en el uso conjunto de todos los factores productivos (tierra, trabajo, capital y tecnología), mientras que la productividad laboral considera sólo la relación entre producción y número de trabajadores. En este sentido, el incremento de la productividad laboral puede convivir con una PTF desacelerada si los aumentos de productividad provienen principalmente de mayor uso de capital e insumos (maquinaria, fertilizantes, agroquímicos) más que de innovaciones tecnológicas que mejoren la eficiencia global del sistema.
A modo de conclusión, para que el sector agropecuario pueda retomar un sendero de crecimiento en la producción, es fundamental un esquema de incentivos que permita desarrollar e incorporar nuevas innovaciones, profundizar las inversiones de capital en el sector, disminuir las brechas de dinamismo regionales y profundizar los encadenamientos hacia el sector pecuario. Todo ello, considerando que la expansión del factor tierra encuentra ciertos límites de crecimiento, salvo una mayor inversión en sistemas de riego que permitiría seguir expandiendo con más dinamismo dicha variable.
Esto plantea un gran desafío en el sector agropecuario argentino, debido a que los productores enfrentan un apoyo negativo por parte del Estado que limita la inversión y el crecimiento, algo muy diferente a lo que sucede entre los principales países competidores. Según datos del BID, se estima que en la última década entre 2014-2023 se le extrajo al sector USD 100.750 millones, una masa monetaria que es fundamental para seguir innovando y expandiendo el capital productivo para crecer en producción y exportaciones.
Primicias Rurales
Fuente: BCR Informativo Semanal
Nov 7, 2025 | Especial, Informes Técnicos
Mediante el uso de tecnología de interferencia por ARN, un equipo de investigadores del INTA logró reducir la mortalidad en las colmenas causada por el virus de la parálisis aguda de la abeja (ABPV, por sus siglas en inglés), uno de los patógenos más dañinos para la apicultura.
El tratamiento disminuye la carga viral y aumenta la supervivencia de las abejas, y marca un avance clave para fortalecer la sanidad apícola, la competitividad productiva y la conservación de polinizadores esenciales.
Buenos Aires, viernes 7 noviembre (PR/25) — El virus de la parálisis aguda de la abeja (ABPV, por sus siglas en inglés) es uno de los patógenos más dañinos para la apicultura, capaz de provocar temblores, pérdida de pelo, incapacidad de vuelo y muerte súbita en las abejas. Un equipo de científicos argentinos logró reducir su impacto con tecnología de interferencia por ARN (RNAi).
“Demostramos que la administración oral de ARN interferente reduce la carga viral y mejora de manera significativa la supervivencia de las abejas infectadas con ABPV”, explicó Cecilia Ferrufino, investigadora del Instituto de Virología del INTA y responsable del desarrollo.
Durante el ensayo experimental, las abejas infectadas con ABPV que recibieron ARNi específico presentaron una mortalidad significativamente menor en comparación con los grupos sin tratamiento o con ARNi no específico. El ARNi logró disminuir la cantidad de copias virales en los tejidos y permitió que una mayor proporción de abejas sobreviviera a la infección.
“Estos resultados muestran que la interferencia por ARN es una herramienta biotecnológica promisoria para enfrentar infecciones virales en las colmenas”, destacó María José Dus Santos, investigador del INTA.
El trabajo también aporta evidencia clave sobre el potencial de la técnica para otras enfermedades virales que afectan a las abejas, como el virus de las alas deformes (DWV). “Nuestro desafío ahora es escalar esta tecnología y evaluar su aplicación en condiciones de campo”, agregó Dus Santos.
Además, el estudio advierte que los problemas causados por ABPV se intensifican en contextos de estrés, como en la producción de reinas o en la exportación de material vivo, donde el transporte y las condiciones ambientales adversas incrementan la mortalidad. En ese escenario, contar con una herramienta preventiva podría marcar la diferencia.
La interferencia por ARN (RNAi) consiste en introducir moléculas de ARN de doble cadena que bloquean la replicación del virus dentro de la abeja y activan un mecanismo natural de defensa. Este trabajo demuestra su eficacia concreta contra ABPV en abejas adultas.
“El enfoque biotecnológico no busca reemplazar las buenas prácticas apícolas, sino complementarlas con soluciones innovadoras que protejan la salud de las colmenas y la sostenibilidad de la actividad”, concluyó Ferrufino.
Con más de 2,5 millones de colmenas, Argentina es uno de los principales exportadores mundiales de miel. La incorporación de herramientas biotecnológicas como esta podría fortalecer la competitividad de la apicultura nacional y, al mismo tiempo, asegurar el rol esencial de las abejas como polinizadoras en los sistemas productivos y en la conservación de la biodiversidad.
El equipo científico del INTA especializado en virus de abeja, está integrado además por Fernanda González, del Instituto de Virología, y Ricardo Salvador, del Instituto de Microbiología y Zoología Agrícola.
Fuente: INTA Informa
Primicias Rurales