1.200 kilos por hectárea: cuál es la provincia cuna de una de las mejores mostazas del mundo
Leandro Merlo impulsó el desarrollo del cultivo donde no había tradición. Desde allí, convirtió a Arytza en una referencia nacional: hoy producen aderezos sin aditivos y una Dijon con las máximas distinciones internacionales. La actualidad y los proyectos de la firma.

De un sueño en Buenos Aires a un premio mundial con raíces en la Patagonia
Arytza comenzó hace 20 años en Buenos Aires. “Nosotros éramos dos socios originalmente, ahora hace cinco años somos tres. Uno es Mariano Carballo, otro es Marcelo Lang y yo, Leandro Merlo. Yo soy nacido acá en Cipolletti”, cuenta Merlo, uno de los impulsores del proyecto. Desde una fábrica porteña que hoy trabaja al límite de capacidad, la empresa produce entre 18 y 19 toneladas de aderezos por mes y supera las 220 toneladas anuales. Entre el 40 y 50% de ese volumen es mostaza.

El crecimiento fue constante, impulsado por una premisa inicial: aprovechar la diversidad agroclimática argentina para elaborar aderezos sin aditivos, sin conservantes y sin acidificantes. “Si vos veías la góndola de aderezos en su momento era todo importado”, recuerda. La apuesta les permitió con el tiempo posicionarse en grandes cadenas del exterior (como Walmart en Estados Unidos) y consolidarse como el mayor productor de mostazas para gastronomía del país, según relató Leandro.
En 2024, la mostaza Dijon de Arytza obtuvo la medalla de oro y el premio mayor en el campeonato mundial. El producto reúne una complejidad técnica notable: separar la pulpa del grano diminuto, hidratarlo sin que pierda estructura y trabajarlo en un proceso delicado. Pero detrás de la receta hubo un diferencial clave: la materia prima. La mostaza ganadora fue elaborada con granos cultivados en Allen, Río Negro. Ese fue el punto álgido de una historia agrícola inesperada.
El salto al campo: en el Alto Valle, la mejor tierra para la mostaza
La incursión agrícola de Arytza nació de una necesidad industrial concreta. Cuando entró en vigencia la ley de alimentos libres de gluten (ley 26.588) descubrieron que las semillas importadas no garantizaban el nivel requerido para la certificación. “Ahí fue como el último espaldarazo que tuvimos para empezar nosotros a producir nuestra propia mostaza”, recuerda Merlo.

Los primeros ensayos fueron en 2012, en una hectárea de un amigo de Leandro en Plottier, provincia de Neuquén. No había maquinaria adecuada, así que sembraban a mano y usaban una sembradora de alfalfa para ajustar profundidad. El padre de Merlo, ingeniero agrónomo radicado en la zona, aportó asesoramiento. Muy pronto confirmaron que el Alto Valle cumplía con cada requisito del cultivo: frío, control hídrico preciso a través del riego, suelos arenosos y un momento crítico de cosecha (noviembre y diciembre) con escasas lluvias.
“Veíamos todo el checklist y decíamos: che, es acá”, resume. Tras años de ensayos en Plottier y Coronel Belisle (Río Negro), decidieron ir por más y producir en nueve hectáreas propias en Allen. La experiencia ha mostrado rendimientos superiores a los de Buenos Aires o Santa Fe: 1,2 toneladas por hectárea en el Alto Valle contra 0,9. La calidad también sobresalía: el manejo del agua y el corte de riego final generaban semillas “gordas”, con más pulpa y mejor comportamiento industrial.

Incluso bajo condiciones extremas (como la nevada intensa del 2022 que cubrió el cultivo durante días) la mostaza respondió con una adaptabilidad extraordinaria. En cuanto a las heladas, Merlo contó lo aprendido en estos años: “Cuando caen las heladas de mayo, que la planta está chiquitita, no hay que tocar nada ni meterse a la chacra: si se quebrara la parte congelada, sería un problema, pero si no tocás nada, aguanta el frío extremo”.
La siembra se realiza en abril, para hacer riegos antes del vaciamiento de los canales, y la cosecha se hace en noviembre-diciembre.
Sin embargo, la región tiene una limitación estructural: la superficie disponible. “Nosotros acá necesitaríamos 80 a 100 hectáreas, pero en forma extensible. Y en el Alto Valle no encontramos eso”, explica Merlo. En Buenos Aires y Santa Fe existen productores, maquinaria específica y la posibilidad de integrarse a esquemas de rotación con soja o trigo. En el Valle, en cambio, el trabajo dependía de la disponibilidad de pequeñas parcelas. Aun así, durante varios años, Plottier y Allen fueron el laboratorio donde se produjo mostaza con altos rindes, excelsa calidad y semillas con un poder germinativo (PG) del 95-96%, excepcional para el cultivo.
El futuro: volver a apostar a la Patagonia
La consagración mundial impulsó el crecimiento comercial: Arytza expandió su facturación un 16% anual en dólares. Esa demanda dejó chico al campo rionegrino.
En 2024 fue la última campaña productiva en Allen y hoy se evalúa un nuevo negocio: producir allí y vender semilla original de alto poder germinativo, un negocio en el que los materiales desarrollados en el Valle tienen un valor diferencial. “Es clave en la ingeniería de la siembra tener claro el PG. Cuanto más alto, más certezas tenés”, destaca Merlo.
Por ello, para el 2026 la empresa evalúa volver a sembrar en la chacra de Allen, pero esta vez enfocada en la producción de semillas para terceros. Más adelante visualizan un proyecto mayor: producir nuevamente granos para industria en la región y procesarlos en la planta industrial que tienen en el Parque Industrial de Neuquén.
Allí hoy elaboran vinagre de manzana y mayonesa de zanahoria, pero imaginan un paso más: lanzar una mostaza con certificación de origen Patagonia, la más austral del mercado.

Y mientras las ideas de futuro se consolidan, los reconocimientos siguen llegando. En 2025, Arytza volvió a destacarse en Estados Unidos con una medalla de oro para su mostaza con chimichurri, también ante jurados del Museo Nacional de la Mostaza y también con granos cosechados en Allen. Un nuevo premio que confirma algo que ya quedó escrito en la historia gastronómica del país: una de las mejores mostazas del mundo nació en Río Negro.
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Fuente: Rio Negro Rural























